sábado, 12 de mayo de 2018

SIN PERDÓN


                    
             La calma del encinar
             SIN PERDÓN
  
                                         Tomás Martín Tamayo
                                                       tomasmartintamayo@gmail.com
                                                      Blog Cuentos del Día a Día


Ser independiente es una opción personal, que se toma en un momento determinado, aunque creo que los mayores defensores de la independencia somos los que no siempre hemos gozado de ella. No voy a caer en el lamento del monje que abandona el convento y oye a sus espaldas el portazo, pero nunca es tarde, ni temprano, para optar por la independencia personal, apartándote de todo gremio, asociación, club, pastoreo, redil, confesión… Es innegable, de Perogrullo, que situarte en una isla te deja aislado y desasistido del calor de la manada y si careces de “vecinos” no tienes a quien pedir perejil, pero tampoco tienes que darlo, porque al ponerte al margen y no aceptar colores, himnos y sabores, eliges a la soledad como compañera de viaje. Y, a veces, la soledad es dura y paga peaje. Un peaje permanente, porque no hay perdón para el que se atreve a pensar sin ataduras.

 Opinar con libertad, sin temor a que alguien mire de reojo, conlleva el riesgo de no contentar a nadie, porque nadie asume como suya tu opinión, nadie va a ser solidario con ella y nadie va a defender una causa que casi siempre resulta incómoda. Se sabe que la procesión va por barrios y que el independiente nunca es de nadie. “Nunca te fíes de la Guardia Civil, ni del que piensa”, proclama “El Cabrero” en un fandango. Si optas por la libertad renuncias a los beneficios del gremio y eso te deja a la intemperie. Es la indefensión, el peligro del soldado suelto, expuesto siempre a recibir la metralla de los ejércitos enfrentados. No esperes que nadie te tire una manta en caso de nevada, porque en los apriscos no existe lo que está al otro lado de la valla.

“¿Pero existe la independencia?”, me preguntaron en un instituto de Badajoz el jueves pasado. Creo que existe como ideal, pero siempre es relativa y tiene límites insalvables. Tener un criterio propio, huyendo de la contaminación y del dirigismo vertical, no significa que uno se levante al margen de sus raíces o que podamos renunciar a convicciones que mamamos con la leche materna. Una amiga dice que “la primer leche nunca se digiere” y puede que tenga razón, que ese primer calostro se enquista en nuestro estómago de por vida.

Los que carecen de independencia para ser libres o de libertad para ser independientes, son los más radicales porque muchos de ellos, casi todos, están atados por un interés que no siempre tiene que ver con las ideologías. Es su cruz. ¿Qué posibilidades tiene de manifestarse en libertad alguien que vive exclusivamente por su pertenencia a un clan? Su pensamiento puede ser libre, pero no puede ejercerlo porque vive de su “entrega” y del compromiso adquirido a cambio de la pitanza.

Me impresionó un recluso, de los mandones dentro de la prisión, que el día que lo ponían en libertad, después de doce años, me hizo una confesión para reflexionar: “Tengo miedo a la calle porque no la conozco. ¿Qué voy a cenar y dónde dormiré esta noche?”. Como él, muchos de los situados no conocen la calle ni saben cómo comer o dormir fuera del recinto, ese cordón de seguridad que los protege a cambio de la mansedumbre y el silencio. En el rebaño no hay saldo mental y la mayor rebeldía es balar “beeee”. Y pastar.





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