lunes, 7 de mayo de 2018






CRÍTICA LITERARIA DEL PROFESOR ANTONIO SALGUERO CARVAJAL

(Badajoz, Carisma, 2006)

Cuentos en verde aceituna es un libro de relatos eróticos delicioso, porque es tal la delicadeza, finura, respeto y elegancia desarrollada por el autor de principio a fin del libro que en ningún momento resulta morboso y su lectura queda una placentera satisfacción emocional por haber disfrutado de unos relatos sabiamente elaborados.

Esto sucede porque el autor aborda con tono decidido una temática con la que pocos escritores se atreven pues, aunque se trata de un género narrativo aparentemente banal si se enfoca de un modo chabacano, convertirlo en literatura que no sonroje y resulte una lección de buen gusto (como es el caso de Cuentos en verde aceituna) necesita de un maestro de la narración corta como Martín Tamayo.

Así, en el ambiente erótico creado, el autor entiende que la pasión sexual ocupa una parte fundamental de la naturaleza del ser humano y que como tal se debe tratar de un modo abierto, sin falsa moral ni mojigatería. De ahí que nos encontremos con relatos deliciosamente sensuales: “Ante su insistencia abrí la boca y dejé entrar su lengua y nos perdimos en una exploración mutua. Perdí mi vergüenza inicial y sin dejar de besarla, acaricié sus pechos. Deslicé mis manos por sus piernas…” (23). En esta línea narrativa se incluyen otros relatos que son puras fantasías sexuales como el titulado “El compromiso”, donde la mujer aparece desinhibida, sin morbo, natural y disfrutando de su sexualidad hasta el punto de ser ella la que guía al hombre por los vericuetos de la sensualidad (“Me besó con sabiduría por todo el cuerpo […] otra vez me entregué y dejé hacer a aquella mujer maravillosa, que parecía conocerme mejor que yo mismo.”, 45) o “La saeta”, un relato, pura sexualidad, magistralmente engarzado con el ambiente solemne de una Semana Santa.

También podemos hallar en Cuentos en verde aceituna relatos sorprendentes como “El secuestro” por la impresión que causa la confusión final de los sicarios (“–¡Mi hijo, mamarrachos, me habéis traído a mi hijo!”, 30) o el cinismo del protagonista de “Feliz aniversario”, un putero a quien su mujer se la juega invitándolo a un sitio especial el día de su aniversario de bodas: el burdel que frecuenta asiduamente (“–¡Perpetua, te lo puedo explicar, esto no es lo que parece!”, 36).

Además hay relatos sarcásticos como “El indito de doña Asunción”, un indígena que tuvo que huir lejos de su ama porque no podía atender sus constantes requerimientos amorosos (“Doña Asunción una mala noche se puso enfermita y tuvo que quedarse con ella… Y otra, y otra y otra. Y bueno estaba con los arrebatos de las noches, pero es que últimamente también se ponía enfermita por las tardes y había días en los que hasta por las mañanas… […] Y corrió tanto que quedó atrás a las mismas sandalias de palmera”, 72) o “Verano de ayer”, en el que los deseos platónicos de un niño que despierta a la sexualidad son bruscamente cercenados por la realidad (93). O “La llamada” donde un cornudo contacta con un amigo para trasmitirle su desasosiego porque su mujer no ha llegado a casa y luego resulta que su mujer se entiende con el amigo (107)…

Otros relatos muestran la variedad de registros estilísticos que domina Martín Tamayo, pues también se pueden localizar relatos deliciosamente líricos como “El mar y el acantilado”, una inteligente personificación de la relación sensual entre ambos (“El acantilado se estremecía ante el canto armonioso de la mirada cercana [de la mar], sin atreverse a descifrar si lo que allí se insinuaba era una promesa, una oferta o un sueño”, 77) o “Retrato”, una extraordinaria descripción llena de sensualidad de una mujer  (“Tiene el torso, atlético, dos olas que no acaban de romper, ni alcanzar la playa. Dos esbozos en busca de caricias, sedientos y necesitados”, 97). O “Fugaz”, cuyo contenido es la magnífica descripción de un orgasmo con una alta dosis de sensualidad y lirismo (“Luego una respiración profunda, de estertor. Un estremecimiento volcánico…Todo su cuerpo se colma de paz. […]. Hay armonía en todo su ser”, 107). En estos relatos, además, Martín Tamayo muestra una de sus grandes cualidades de narrador de cuentos: su capacidad de síntesis pues, en los últimos citados, reduce al máximo su expresión utilizando una técnica poética con la que sugiere más que dice, intentando que actúe la imaginación del lector.

Otros relatos son emocionantes como “La despedida” (“La carta escapó como una gaviota entre sus manos y se refugió, como el sobre, en la espuma blanca. Otro golpe de viento y el hombre cayó tras la carta, tras la sentencia escrita en el papel, como un muñeco roto”, 101).

Los hay también patéticos como “A buena hora”, en el que el protagonista, cuando consigue a una mujer que desea, tiene un gatillazo (“Y ahora, ahora precisamente, cuando se perdía al volver la esquina, el penoso asunto, la chincheta, el botón de sotana, el negrillo, inició su desperezo, como si acabara de despertarse de un sueño placentero. […] Me metí en la ducha y lo castigué durante diez minutos con agua fría. A Lucía no he vuelto a verla”, 115). O “Estrategia fallida”, donde el personaje principal concibe un plan para quedar bien ante una mujer que desea saliendo él reforzado, pero los compinches hacen lo contrario (“Los tipos no cumplieron su parte y pese a que yo les había pagado generosamente por prestarse al enredo, se emplearon a fondo conmigo. Me dieron una descomunal paliza […] A ella la violaron tres veces”, 125).

Y no podía faltar una muestra de la crueldad humana como se cuenta en el relato titulado “Paso de frontera” por la depravación moral que muestran unos soldados y su mando con personas indefensas (“–¿Las enterramos, sargento? ¡Todavía están calientes y de buen ver!”, 42).

En fin, estos relatos, además, llaman la atención (no olvidemos la profesión docente del autor) como los cuentos de El conde Lucanor, pues cumplen una función didáctica con un doble mensaje: Uno que reconoce a toda persona el derecho de experimentar y disfrutar del placer sexual, medio por el que más amor directo se recibe, pues nunca en otra circunstancia somos receptores de caricias, mimos y deseos como en la relación sexual y sus prolegómenos. Y otro que advierte que enfocar mal este tema puede dar lugar a situaciones embarazosas o lamentables para las víctimas.

asalgueroc
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