sábado, 28 de abril de 2018

COSAS QUE PASAN



                            COSAS QUE PASAN

                                               Tomás Martín Tamayo
                                                       tomasmartintamayo@gmail.com
                                                      Blog Cuentos del Día a Día

En agosto de 1965, dos jóvenes de Villanueva de la Serena, que habían estado en la feria de Quintana, volvían de madrugada en una vieja y destartalada Vespa. A la altura de La Guarda la moto comenzó a fallar, con signos evidentes de haber entrado en reserva y, a tres kilómetros de La Haba, se quedaron sin gasolina. El panorama, a  las dos de la madrugada, era sombrío porque desde que salieron de Quintana no se habían cruzado con ningún vehículo. Sabían que no había gasolinera en la Haba, pero decidieron que uno esperara junto a la moto, mientras el otro se acercaba al pueblo por si alguien podía ayudarlos. Y así lo hicieron.

Uno comenzó a caminar, con la mirada fija en las luces que veía a lo lejos y el que se quedó, puso la moto sobre el caballete y se sentó de espaldas a la carretera, apoyándose en la parte trasera. Mientras esperaba, se durmió. Lo despertó un gemido cercano. Era el llanto, apenas audible, de un niño pequeño. Se quedó quieto, sin saber si era sueño o realidad, pero al poco el llanto volvió y con miedo y desconcierto se puso en pie, intentando penetrar en la oscuridad de la que procedía el quejido. Al otro lado de la carretera,  distinguió un bulto grande, casi oculto en un alto y espeso sembrado de avena. El llanto del niño volvía con insistencia y, con precaución, salvó la distancia, hasta situarse a la altura de donde llegaba. Había un coche volcado.

Permaneció mirándolo varios minutos, sin acercarse, pero el llanto  volvió más nítido y decidió salvar el declive de la cuneta y aproximarse con precaución. Superando cada metro con mucho miedo, llegó hasta el coche. El llanto llegaba desde el interior, los cristales estaban rotos y una de las puertas estaba entreabierta, clavada en el suelo. Como el niño lloró de nuevo, superó su miedo y se acercó decidido.

En el interior había tres personas arremolinadas en el techo aplastado, en quietud total, y un canasto con algo que se movía. El llanto insistió. Con precaución forzó la puerta, alargó el brazo y tocó un cuerpo pequeño, que se estremeció con el contacto. Sacó el canasto con dificultad, por el escaso ángulo que permitía la puerta y vio a un niño muy pequeño, de días, que sangraba por una brecha abierta en la cabeza. Los tres adultos seguían inmóviles.

Con el niño en brazos volvió a la carretera, casi al mismo tiempo que un coche paraba junto a la moto. Su amigo volvía con la Guardia Civil, que había encontrado a la entrada de La Haba. Ellos se hicieron cargo de todo lo demás. Los adultos, dos hombres y una mujer, que iba con el niño en el asiento trasero, habían fallecido tres o cuatro horas antes. El niño estaba herido, aterido de frío y posiblemente de soledad y miedo, pero nada grave. Al amanecer mucha gente, el juez, el forense, ambulancias, curiosos, más guardias civiles. Unos familiares de Mérida recogieron al niño…

Nadie prestó atención a los dos jóvenes que se habían quedado sin gasolina. Otro motorista paró, les dio combustible para poder llegar hasta Villanueva, arrancaron su moto y se fueron.

 Durante años en aquel lugar hubo tres cruces, clavadas a cinco metros de la carretera, que con frecuencia lucían una corona pequeña, trenzada con flores frescas. Seguro que fue casualidad, la moto se quedó sin gasolina, allí y a aquella hora, por casualidad. Cosas que pasan.



sábado, 21 de abril de 2018


                       La calma del encinar
                    RISITA DE HIENA

                                                    Tomás Martín Tamayo
                                                    tomasmartintamayo@gmail.com
                                                    Blog Cuentos del Día a Día

Tendido sobre un camastro, la nariz taponada con algodones, un bloque de hielo sobre su cuerpo, para ralentizar la descomposición.  El 15 de abril 1978 murió Saloth Sar, un absoluto desconocido si no se dice que  detrás del nombre se ocultaba Pol Pot, “el gran uno” camboyano que, al mando de los Jemeres Rojos y en solo tres años, aniquiló al 25% de la población. Ahora, veinte años después, se están estudiando en profundidad las consecuencias de su revolución y el genocidio que supuso el  “mundo nuevo” que había ideado para los camboyanos.

 Pol Pot, “risita de hiena”, el líder de los Jemeres Rojos, de inspiración maoísta, implantó en Camboya un régimen de terror que superó incluso las atrocidades de Hitler y Stalin. La sed de aquellos revolucionarios, que pretendían hacer de Camboya una cooperativa agrícola, al margen de todo progreso y civilización, no se saciaba y cuando los fusiles ardían y les quemaban las manos, con el machete continuaban la labor de exterminio sistemático de pueblos enteros. Era más fácil matar que enterrar y los cuerpos se amontonaban en piras de hasta 5.000 personas, que ardían durante días.

Prohibieron los relaciones familiares, la religión, cerraron escuelas y universidades, vaciaron ciudades, impusieron la “procreación obligatoria”, quemaron coches, motos e incluso bicicletas, porque el ideal era el campesinado del XVIII, con carros, mulas y arados de vertedera, tirados por hombres y animales.

 El artífice principal de aquel terror, de aquel horror que la humanidad no supo o no quiso ver ni evitar -durante un periodo protegido por EE.UU-, fue Pol Pot, un ser menudo, fibroso y de mirada esquiva que, ironías del destino, murió de malaria, plácidamente sedado en su cama, después de haber degustado una generosa ración de chivo asado, su plato favorito. Los Jemeres odiaban todo lo que fuera cultura o educación y ejecutaron a muchos presuntos intelectuales a los que identificaban por llevar gafas, tenían títulos universitarios, hablaban idiomas o disponían de libros en sus casas. Curiosamente, Pol Pot usaba gafas, estudió en Francia y era un apasionado lector de novelas negras y del cine de Hollywood.     

“Risita de hiena”, fue un ser tan enigmático y huidizo, que incluso sus hermanos ignoraban  que Pol Pot fuera Saloh Sar. Dicen que su risa producía escalofríos, hacía temblar las piernas y soltaba los esfínteres. Su risita intermitente, seguida de guiños constantes, era en sí misma una sentencia de muerte. Reía pero sus ojos permanecían fijos, fríos e inexpresivos. Jamás miraba de frente, siempre de abajo- arriba, enseñando el colmillo izquierdo, como una hiena que disputa su pitanza. Por eso, con toda simpleza, sus propios soldados lo conocían como “risita de hiena”. Por donde Pol Pot pasaba, dejaba un reguero de muerte, horca o acuchillamiento, todo ello aderezado de sutiles torturas, con las que disfrutaba mientras cenaba: “Se come mejor con gritos de fondo que con música”.


Aquella locura de los Jemeres Rojos apenas duró tres años, tiempo suficiente para dejarnos muestra de la destilada depravación que anida en el alma de algunos seres con apariencia de humanos. Pol Pot murió sin ser juzgado, pero su máxima: “si vives no se gana nada, si mueres no se pierde nada”, escrita con fuego, todavía se conserva en algunos trozos de madera.


Lo incineraron en su colchón, sobre una base de neumáticos y arropado con muebles viejos, pero sin que se pudiera verificar su identidad, por lo que todavía, veinte años después, algunos siguen con pesadillas, oyendo la risita de la hiena.


*Si desea recibir mis artículos de forma directa, rápida y segura  facilíteme un correo electrónico: tomasmartintamayo@gmail.com.   Si no quiere seguir recibiéndolos, indíquemelo, por favor, a ese mismo correo.

*Todos mis artículos están abiertos en el blog: Cuentos del Día a Día.

*En virtud de la Ley Orgánica 15/1999 de 13 de Diciembre sobre protección de Datos de Carácter Personal, tanto este mensaje como sus posibles documentos adjuntos, son confidenciales y están dirigidos exclusivamente a los destinatarios de los mismos.

*Si ha recibido el mensaje por error, le rogamos que lo comunique al emisor y proceda a destruirlo o borrarlo. Utilizar o alterar el presente mensaje o parte del mismo, sin el consentimiento previo del autor, está prohibido y puede incurrir en responsabilidades legales.










sábado, 14 de abril de 2018

COSA NOSTRA



                               La calma del encinar
                               COSA NOSTRA
                              
                                          Tomás Martín Tamayo
                                          tomasmartintamayo@gmail.com
                                          Blog Cuentos del Día a Día

La nívea Cospedal es fría incluso cuando intenta arengar a la tropa y donde pretende poner un soplo de ilusión, le sale un cierre de filas -“lo que tenemos que hacer es defender lo nuestro y a los nuestros”- que rezuma “cosa nostra” en estado puro. Qué penosa la imagen de “todos a una”, puestos en pie y aplaudiendo la mentira y el enrocamiento en las malas artes de la Cifuentes. Malo es, por inútil, intentar que las heridas cicatricen ignorándolas o por el voluntarismo zafio de untarlas con boñigas entusiastas. En la convención “fuenteovejunesca” del PP, mejor les hubiera ido con un máster de realismo o yéndose de bares por Sevilla.
 
 El cuerpo del PP, con su gente buena, la mayoría, y sus desperdicios, muchos, está  sobrado de costurones mal cerrados y llegará a la cita de  junio de 2020 arrastrándose por su incapacidad para desprenderse de los tejidos muertos. El lastre se hará visible en las elecciones municipales, autonómicas y europeas, en las que muchos, pese a su buena gestión, se verán apartados por un electorado que, a la desesperada, busca alternativas lejos de tanto “marianismo” impasible y besucón, paraguas de todas las irregularidades. ¡Besaruinas!

El PP sufre aluminosis y tiene la demolición anotada, como la caducidad de un yogurt. El Gobierno, átono, sin voz ni capacidad, sigue los pasos de Rajoy, a 7 km/h, superado en línea de meta incluso por unos golpistas que le están ganando el pulso en el ámbito internacional, porque sus embajadas de mentirijilla han sido más eficaces que las nuestras de relumbrón. ¿Inglaterra, Bélgica, Suecia y Alemania se han confabulado contra España? Qué disparate, creer que son los demás y no nosotros los que llevamos el paso cambiado. Si no se nos respeta es porque no merecemos respeto, porque nuestro éxito más visible es ocupar el cajón más alto de la corrupción en Europa y porque se ha hecho patente que carecemos de respuesta incluso para  las algarabías callejeras. Nos pueden los acontecimientos. Todos.

Con semejante inacción e incapacidad, pretendiendo que los problemas se resuelvan por oxidación, no podemos extrañarnos de que desde fuera nos miren con más indiferencia que lástima y que un personajillo como Puigdemont consiga en la amiga Alemania y en el gobierno de nuestra amiga Ángela Merkel, la ministra de Justicia cuestione las razones de una euroorden del Tribunal Supremo y se alinee y aplauda  las de un tribunal regional alemán. ¿Rajoy pretende que los jueces le resuelvan los problemas políticos, el rey de la cara y que en la Unión Europea tiren los penaltis para que él se apunte el gol, mientras sigue de perfil y en plan gato de yeso? ¡Pues va listo el listo!

¿“Defender lo nuestro y a los nuestros”? La omnipresente Cospedal debería aclarar qué es “lo nuestro” y quienes son “los nuestros”, porque dejarlo así es meter en la coctelera del fango a todo el partido. Pero nadie en el PP levanta la voz y todos, como marionetas, se dejan meter  la mano entre los faldones, para levantarse, aplaudir, aceptar y validar cualquier tropelía que haya bendecido con un beso, otro más, el impasible caminante de los 7 km/h., como si la cita electoral no estuviera marcada y los nubarrones no amenazaran tempestades. ¿Y ahora, qué? ¿Dónde está el eco de los aplausos? J. Ruiz Taboada, en “Se te tiene que ocurrir”, dice que “Más que el reloj, algunos deberían poner su siglo en hora”. Pues eso.





sábado, 7 de abril de 2018

GUARDAR LAS FORMAS




                          La calma del encinar
                          GUARDAR LAS FORMAS

                                     Tomás Martín Tamayo
                                        tomasmartintamayo@gmail.com
                                        Blog Cuentos del Día a Día

No estoy afectado por el virus de la pasión monárquica, tal vez porque muy pronto  vi el penoso peaje a pagar por la fidelidad republicana, que le costó a mi padre cárcel, ruina, penurias y persecución de por vida, pero reconozco que la apropiación impúdica que los radicales de izquierda hacen del concepto republicano me aísla, dejándome en tierra de nadie. Se necesita mucha ignorancia para asociar izquierda radical, antisistema e incluso anarquista con la república, como si en ella no pudieran citarse otros credos menos extremos y apasionados. Y hay que ser muy cenutrios para pretender excluir de un modelo de estado a todos los que no estén escorados en la regleta ideológica.

¿En Francia, Portugal, Grecia, Italia, Alemania…no hay alternancia política de derecha, centro e izquierda, pese a ser países republicanos? La república, como modelo de estado, permanece al margen del ideario de los partidos y en todos esos países ha habido presidentes de la república de izquierda, de centro y de derecha. En ellos se parte de la misma convicción y ninguna tendencia intenta monopolizarla, como si fuera una doctrina exclusiva de castas, pero parece que en España tienen más legitimidad republicana los del PSOE que los del PP, aunque ambos hayan gobernado complacientemente bajo la égida de un rey y ambos hubieran hecho lo propio con un presidente de la república. Pero dejemos tan primaria reflexión para otro momento y centrémonos en las formas, en guardar las formas.

Como mi visión futurista tiene poco recorrido, puedo hablar del tiempo que la monarquía lleva en España, pero no del que le queda, aunque no seré yo el que brinde por su continuidad. Si sigue pues que nos vaya bien y si desaparece que lo que venga detrás no caiga en ciertas manos, para que no tengamos que rezar aquello de “Virgencita, que me quede como estoy”. Sí sé, claro,  que ciertas actitudes no la ayudan mucho y ver a una infanta declarando delante de un juez y a su marido condenado por tropelías de preso común, baja del podio a toda la monarquía, porque roto el huevo es imposible meterlo otra vez en su cáscara.

El rey emérito no abdicó por sentirse incapacitado, por un capricho de senectud  o por refrescar el tronco monárquico. Es aburrido recordar lo que está en la cercana memoria del “populacho”, pero las fotos con paquidermos aniquilados,  y otras compañías, parece que le obligaron a una reflexión acelerada, porque hay balas que rebotan y acaban en balas perdidas  y de destino indeterminado. Bien está lo que bien acaba y justo es reconocer que su heredero se esfuerza en soltar lastres que puedan arrastrarlo. No nos va a hacer monárquicos a los que no lo somos, aunque puede conseguir que nos encojamos de hombros, pero…
 
¿Y  los manotazos entre reinas por quítame allá esa foto con la princesa? Tampoco resultan ejemplarizantes porque deducir es fácil y si en público tienen ese comportamiento, no es difícil imaginar tirones de pelo en el ámbito privado. Hay imágenes, como la del rey emérito y el elefante, que quedan en la retina y el juego de manos entre reinas y princesa.... Ya he oído a monárquicos irredentos que “se comportan así porque son como todos los demás y eso da naturalidad y cercanía”, pero si son como todos los demás, tienen que serlo en todo y no solo en los desplantes. En ellos guardar las formas es el primer mandamiento. O debería serlo.