La calma del encinar
EN LA CÉRCEL SE ACABA EL CUENTO ( I )
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día
Sobre las prisiones españolas existen bulos prácticamente
imposibles de desmontar, porque se parte de la premisa de que, como casi todo
es un cachondeo moldeable a conveniencia de parte, la cárcel no va a estar al
margen de lo que se usa y gasta en esta España sorprendida, de perplejos,
pillos y maleantes. Cada vez que entra en prisión un capitoste, político,
financiero, famoso o con apellidos de relumbrón social, siempre se suelta la
bicha de que su vida allí dentro, se asemeja poco menos que a la de un ricacho caribeño,
soleándose bajo una palmera, piña colada en la mano y mulatonas que se contonean insinuantes a su alrededor.
Por supuesto comida a la carta, que le sirven los mejores restaurantes,
multicanales en la televisión, Internet y móvil para no perder sus contactos
con el exterior. Y, no exagero, he llegado a oír que con entradas nocturnas de
señoritas elegidas en un catálogo… O con salidas después de la cena y vuelta en
la madrugada para el desayuno y recuento… ¡Cuánta tontería ha sembrado en
algunas cabezas las series de narcos, sobre Pablo Escobar!
Puestos a imaginar,
en su día no faltaron testigos que aseguraban haber visto, mientras estaba en
la cárcel, a Mario Conde en el apartado de un exclusivo restaurante de cinco tenedores… Con
absoluta seguridad, el señor de la gomina estaba compartiendo celda de 3X3, ventanuco
con barrotes, camastro empotrado, wáter sin puerta, grueso cerrojo y cerradura
de seguridad por fuera. Claro que también hay gente que sigue viendo a Elvis
Presley, ha subido a una nave extraterrestre e incluso, a buen precio, creyeron
comprar la Torre Eiffel. ¡Y también se sigue hablando de torturas…! Hay más
“tontos p´a siempre” que arroz en la China.
¿Alguien puede creer semejantes disparates? Sí. Las
gilipolleces existen porque hay gilipollas que las propagan y gilipollas que se
las creen. En una tertulia televisiva, un sabihondo afamado, de esos que saben
de todo, comentando el encierro de Oriol Junqueras y otros miembros del club de
la comedia catalana, insinuaba, con mucho énfasis y peor leche: “¡Ya me
gustaría a mí comprobar las limitaciones que toda esta gente tiene dentro de la
cárcel, porque puedo asegurar que de rancho carcelario nada de nada! ¡Tonto p´a
siempre!
Las prisiones españolas, así lo creo y alguna razón debe
ampararme después de haber ejercido la
docencia 43 años en ellas, son de lo poco serio que nos queda. En su seno da
igual Agamenón que su porquero, el ministro de Justicia que el robaperas. Allí
todos tienen la misma celda, el mismo patio, el mismo comedor, retrete y
rancho. No hay más privilegios que los que uno mismo se gestiona con su buena
conducta y estos no eximen a nadie de los mismos horarios, el mismo
almuerzo/cena/desayuno y las mismas posibilidades de denuncia o recurso si se
ve agraviado. Los controles son tantos que, además, hacen imposible cualquier
privilegio o inquina hacia un recluso… Dentro de la cárcel, no pierdan el
tiempo y créanme, todos los reclusos tienen lo mismo, aunque no sean iguales.
Y para acabar permítaseme un escaso comentario sobre los
funcionarios, multidisciplinares, que las atienden. En su conjunto son profesionales
que se toman su trabajo con rigor y dedicación, y que no están allí para
favorecer o desfavorecer a nadie. La cárcel es muy dura y, aunque parezca un
internado, allí se acaba el cuento. No la empañemos con idioteces y tonterías
imaginativas. El próximo sábado les contaré algo más.
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