sábado, 25 de noviembre de 2017

En la cárcel se acaba el cuento (i)

                  


  La calma del encinar
                EN LA CÉRCEL SE ACABA EL CUENTO ( I )
 
                                                  Tomás Martín Tamayo
                                                  tomasmartintamayo@gmail.com
                                                  Blog Cuentos del Día a Día

Sobre las prisiones españolas existen bulos prácticamente imposibles de desmontar, porque se parte de la premisa de que, como casi todo es un cachondeo moldeable a conveniencia de parte, la cárcel no va a estar al margen de lo que se usa y gasta en esta España sorprendida, de perplejos, pillos y maleantes. Cada vez que entra en prisión un capitoste, político, financiero, famoso o con apellidos de relumbrón social, siempre se suelta la bicha de que su vida allí dentro, se asemeja poco menos que a la de un ricacho caribeño, soleándose bajo una palmera, piña colada en la mano y mulatonas  que se contonean insinuantes a su alrededor. Por supuesto comida a la carta, que le sirven los mejores restaurantes, multicanales en la televisión, Internet y móvil para no perder sus contactos con el exterior. Y, no exagero, he llegado a oír que con entradas nocturnas de señoritas elegidas en un catálogo… O con salidas después de la cena y vuelta en la madrugada para el desayuno y recuento… ¡Cuánta tontería ha sembrado en algunas cabezas las series de narcos, sobre Pablo Escobar!

 Puestos a imaginar, en su día no faltaron testigos que aseguraban haber visto, mientras estaba en la cárcel, a Mario Conde en el apartado de  un exclusivo restaurante de cinco tenedores… Con absoluta seguridad, el señor de la gomina estaba compartiendo celda de 3X3, ventanuco con barrotes, camastro empotrado, wáter sin puerta, grueso cerrojo y cerradura de seguridad por fuera. Claro que también hay gente que sigue viendo a Elvis Presley, ha subido a una nave extraterrestre e incluso, a buen precio, creyeron comprar la Torre Eiffel. ¡Y también se sigue hablando de torturas…! Hay más “tontos p´a siempre” que arroz en la China.

¿Alguien puede creer semejantes disparates? Sí. Las gilipolleces existen porque hay gilipollas que las propagan y gilipollas que se las creen. En una tertulia televisiva, un sabihondo afamado, de esos que saben de todo, comentando el encierro de Oriol Junqueras y otros miembros del club de la comedia catalana, insinuaba, con mucho énfasis y peor leche: “¡Ya me gustaría a mí comprobar las limitaciones que toda esta gente tiene dentro de la cárcel, porque puedo asegurar que de rancho carcelario nada de nada! ¡Tonto p´a siempre!

Las prisiones españolas, así lo creo y alguna razón debe ampararme  después de haber ejercido la docencia 43 años en ellas, son de lo poco serio que nos queda. En su seno da igual Agamenón que su porquero, el ministro de Justicia que el robaperas. Allí todos tienen la misma celda, el mismo patio, el mismo comedor, retrete y rancho. No hay más privilegios que los que uno mismo se gestiona con su buena conducta y estos no eximen a nadie de los mismos horarios, el mismo almuerzo/cena/desayuno y las mismas posibilidades de denuncia o recurso si se ve agraviado. Los controles son tantos que, además, hacen imposible cualquier privilegio o inquina hacia un recluso… Dentro de la cárcel, no pierdan el tiempo y créanme, todos los reclusos tienen lo mismo, aunque no sean iguales.

Y para acabar permítaseme un escaso comentario sobre los funcionarios, multidisciplinares, que las atienden. En su conjunto son profesionales que se toman su trabajo con rigor y dedicación, y que no están allí para favorecer o desfavorecer a nadie. La cárcel es muy dura y, aunque parezca un internado, allí se acaba el cuento. No la empañemos con idioteces y tonterías imaginativas. El próximo sábado les contaré algo más.



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sábado, 18 de noviembre de 2017

EXTREMADURA SE DESPEREZA



                                    La calma del encinar
                           EXTREMADURA SE DESPEREZA

                                                       Tomás Martín Tamayo
                                                       tomasmartintamayo@gmail.com
                                                       Blog Cuentos del Día a Día


Vaya, por fin, parece que alguien del Gobierno nos toma en serio, visita Extremadura, da la cara y se compromete, aunque uno ya está muy resabiado y no sabe si esa disposición tiene algo que ver con la movilización “Por un tren digno”, de hoy mismo en Madrid. Desde luego es una feliz y oportuna coincidencia que el pasado lunes, De la Serna se desplazara hasta Mérida para firmar con el presidente de la Junta un protocolo de Obligación de Servicio Público (OSP), que se aplicará a partir del verano para los vuelos Badajoz-Madrid y Barcelona, rebajando  sustancialmente el precio del billete. No desconfiemos, aunque parezca una visita estratégicamente medida, porque si la OSP no se aplicará hasta julio, pelín sospechoso es que viniera a firmarla en noviembre, cinco días antes de la manifestación.

Bueno está, confiemos una vez más, aunque los gobiernos de España, todos, han perdido el tren en Extremadura, aprovechando nuestra tendencia al masoquismo. El propio director de HOY, que no sabe aplaudir, el domingo pasado en su “carta”,  aparcaba la cara de póquer al relatar la nueva situación. El ministro de Fomento sostiene los plazos para resolver el problema de marginación ferroviaria que tenemos, mejora los vuelos y agiliza algunos tramos de carretera. Ojala no sea un nuevo espejismo, porque  parece que, en el mapa de España, ha puesto una chincheta en Extremadura.
 
Hasta ahora se han cachondeado de nosotros, porque nosotros mismos lo hemos hecho, conformándonos con fanfarrias de fanfarrones  y faraones. ¿Se acuerdan del Aeropuerto Internacional de Cáceres? Un verdadero disparate, porque a 300 kilómetros de Madrid, el aeropuerto de Cáceres habría corrido la misma suerte que el de Ciudad Real o Castellón.  Lo curioso que es para semejante despropósito se contaba con el visto bueno de las cajas de ahorro, Universidad, agentes sociales e incluso del Partido Popular, que no quería descolgarse de semejante logro. Como no hay mal absoluto, la crisis arrinconó el particular valle de los dioses de “Ibarkamón”, que fue al baúl de los recuerdos, como una anécdota más. Hoy el aeropuerto internacional de Cáceres sería una pista de patinaje. La crisis acabó con muchas tonterías.

Para los nuevos tiempos de la OSP, incluidos los 3 millones que pagaremos los extremeños, hago una pregunta  “made in Agapito Gómez Villa”: “A ver, que levanten la mano los cacereños, trujillanos, moralos, placentinos, emeritenses, villanovenses, dombenitenses… dispuestos a desplazarse a Badajoz para coger el vuelo hasta Madrid por 100 euros”.  Volar va a ser más barato, pero sigue siendo excesivamente caro.  Yo voy mucho a Madrid y considero que mi nivel económico es “medio/alto” en Extremadura, pero nunca he perdido el tiempo, ni el dinero, cogiendo el vuelo Badajoz-Madrid,  porque eso era, es y seguirá siendo, un lujo fuera de mis posibilidades económicas.

 La línea aérea la pagábamos entre todos, pero para que sólo unos pocos la aprovecharan, porque con lo que costaba un sólo pasaje, cinco personas podían ir en coche dos veces a Madrid, ahorrando mucho dinero y algo de tiempo. ¿Quiénes eran los habituales del vuelo? Los que podían cogerlo sin arañarse el bolsillo, porque pasaban el importe a terceros. Generalmente a nosotros mismos, a los paganos que, además de subvencionar la línea, les pagábamos el billete a
diputados, senadores, consejeros, altos cargos, directivos, algún pagano con urgencias y, como relleno, alumnos de institutos y colegios. Paradójicamente el avión es un lujo que mantenemos, pero que no está a nuestro alcance. Es como comprar un jamón para que otros se lo coman.




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sábado, 11 de noviembre de 2017

Añorantes de la dictadura

                          La calma del encinar
                          AÑORANTES DE LA DICTADURA
                                                    
                                                    Tomás Martín Tamayo
                                                    tomasmartintamayo@gmail.com
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Con el rollo interminable de Cataluña, han aflorado verticalistas que lamentan la inconveniencia estratégica de la jueza Lamela, por encarcelar ahora  a parte del ex gobierno de Cataluña. Está claro que les traiciona el subconsciente y que eso de la separación de poderes es una papilla que no han  digerido. Al señalar esa “inconveniencia” están reclamando que haya una coordinación de intereses entre las decisiones judiciales y la política,  para que vayan cogidas de la mano. O lo que es lo mismo, que un juez, al margen de las decisiones que debe tomar para administrar la Justicia, tiene que consultar -no dicen a quién-, la oportunidad del momento, pisando el freno o el acelerador según lo que le digan.

Es un ramalazo autoritario, en el que cae mucha gente que va por la vida luciendo entorchado de “gauche divine” y progresismo, pero que, a la hora de la verdad, entre Justicia y política apuestan por lo segundo, convencidos como están de que la Justicia debe estar sometida, aceptando su condición de tapadera o recadera del gobierno de turno. Parecen añorantes de la dictadura.

Es un mal que viene de lejos. En 1985, Alfonso Guerra proclamó: “Montesquieu ha muerto”,  porque la separación de poderes le parecía una antigualla superable. El   PSOE, con su mayoría parlamentaria, reformó la Ley del Poder Judicial, poniendo palos en las ruedas para burlar arteramente la Constitución, liquidando la separación y metiendo manoseo político en el engranaje de la Justicia. Montesquieu, el filósofo que defendió la separación e independencia de los tres poderes, lleva en España 32 años con respiración asistida.

El Consejo General del Poder Judicial se había creído su independencia y obraba en consecuencia, pero eso era intolerable para los otros dos poderes. Lejos de asumir que era “el tercer poder”, lo acusaron de corporativismo  y cuando estaba tocada su imagen pública, los socialistas decidieron que fuera el Parlamento quien eligiese a los vocales que lo integran. Pues ya está, si los políticos eligen a los componentes del órgano superior de la Judicatura, todo lo demás cae por su propio peso, teniendo en cuenta que, por si fuera poco, el gobierno designa también al fiscal general que, no lo olvidemos, es el general de los fiscales. Montesquieu quedaba a un paso del “¡a sus órdenes, mi capitán!”, pero la jueza no se ha enterado todavía. ¡Es que es rubia!

Pero después de los socialistas llegaron los populares, que habían criticado la intromisión y, con mucha trompetería, publicitaron nuevamente la independencia de los jueces, pero todo se quedó en un “pacto por la justicia” entre PP, PSOE y aledaños, arbitrando una fórmula de elección mixta que lo dejaba prácticamente igual y sin garantizar la independencia del Poder Judicial.



En España Montesquieu no está enterrado en el formalismo y la apariencia, pero sí en el hoyo y con muchas losas sepulcrales encima. Si nuestra imperfecta democracia sigue el dictado de la partitocracia imperante,  la intromisión del poder ejecutivo en los otros dos poderes es y será una realidad efectiva. Mientras los políticos sigan eligiendo a la mayoría del máximo órgano de gobierno de los jueces, con la correspondiente deriva en el Tribunal Supremo, el fiscal general y el manoseo en el Tribunal de Cuentas, la independencia del poder judicial seguirá anclada en una deriva de sospecha. De ahí que algunos reclamen a la jueza Lamela que se ponga al día y no vaya de verso suelto. Son tics que nos quedan, es lo que tenemos.

sábado, 4 de noviembre de 2017

EL LISTO Y EL TONTO

                         La calma del encinar
                   EL LISTO Y EL TONTO

                                     Tomás Martín Tamayo
                                     tomasmartíntamayo@gmail.com
                                     Blog Cuentos del Día a Día


 “…Y pregunta uno: Siendo como son los catalanes, que son prodigio de inteligencia y de laboriosidad, ¿cómo han elegido a alguien tan torpe y tan tonto? (Se ríe de su gracia y continúa). Porque hay que estar bastante tonto para irse a Bruselas a pedir asilo político, si es que lo pide”. Ibarra dixit.

En el fragor de las declaraciones es fácil decir estupideces, pero también resulta fácil que,  en esas declaraciones apresuradas, emerja  la estupidez del declarante que, cuestionando la inteligencia y laboriosidad del electorado catalán, se declara torpe y tonto por lo bajo y soberbio, racista, clasista y engreído por lo alto. Ese mismo cuestionamiento de la inteligencia y laboriosidad de los catalanes que hace Ibarra, porque votaron a Puigdemont, lo oí muchas veces sobre los extremeños fuera de Extremadura: “¿Y cómo podéis votar los extremeños a semejante garrulo? No os quejéis, que tenéis lo que votáis”. Siempre rechacé argumento tan simplista, porque el electorado vota lo que quiere y eso no vincula ni determina su inteligencia y  laboriosidad con las acciones de lo que ha votado. En esa generalidad tan grotesca que hace Ibarra sobre los catalanes, se incluye también a los que no lo votaron. ¿Incluimos en el trinque del 3% a los catalanes que mayoritariamente votaban a Pujol?

Ibarra va de listo y sabidillo, él se cree el primero de la clase porque, en su egolatría enfermiza, se considera un mesías, una mente privilegiada, un visionario y un analista de primera fila. Durante veinticuatro años gozó de la confianza de la mayoría del electorado extremeño pero, salvo la ayuda del crecimiento vegetativo, dejó una Extremadura atrasada en todos los índices de progreso y bienestar, en  una marginación que seguimos sufriendo ocho años después de haberse ido. Y eso coincidiendo su mandato, en un largo trecho, con gobiernos del mismo signo, en época de vacas gordas y con una UE que nos enviaba trenes de socorros económicos.  Por cierto, que ocho años después de haberse ido sigue con coche oficial y dos funcionarios a su particular servicio.

 Las declaraciones de Ibarra eran siempre altisonantes, vacías de contenido real, ruidosas y desafiantes, pero en eso se quedaba todo, porque, a la hora de la verdad, los torpes y tontos catalanes sabían llevarse la parte del león y en Extremadura nos quedábamos con
Ibarra y sus genialidades. Eso sí, los periodistas se daban codazos por escucharlo,  porque daba muchos titulares, rompía cristales y no perdía ocasión para desafiar a alguien. Al final se acuñó lo de “son las cosas de Ibarra” y hasta en su partido relativizaban sus bravuconadas.

No creo que la hornada de políticos catalanes de los últimos años sea la más certera y coincido con Ibarra en que Puigdemont no parece un lumbreras de la política, pero interrogarse por la inteligencia y laboriosidad del electorado catalán, por haberlo elegido, es tan zafio como cuestionar la inteligencia y laboriosidad de los extremeños por haberlo elegido a él y sus aspavientos. Puigdemont puede ser el tonto, pero Ibarra no fue precisamente el listo.
 



Ciertamente parece un chiste que el expresidente de Cataluña vaya a Bruselas, no se sabe muy bien a qué ni para qué, porque las pestilencias que suelta sobre España y sus instituciones no alcanzan más allá de su propia boca, pero acotemos sus idioteces sin identificarlas con el electorado catalán ni con Cataluña, que merecen respeto, consideración y, ahora, también solidaridad.
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