sábado, 28 de octubre de 2017

El batallón de la sotana


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                         La calma del encinar


 
                     EL BATALLÓN DE LA SOTANA

                                              Tomás Martín Tamayo
                                              tomasmartintamayo@gmail.com
                                              Blog Cuentos del Día a Día

Voy a escribir sobre “El batallón de la sotana” de Cataluña, con un recordatorio  breve de lo que supuso “El batallón de la sotana” en el País Vasco.  Lo aviso desde el principio para que las almas pías y de sensibilidad eclesiástica puntillosa puedan dejar de leer, porque esta columna no me va a salir políticamente correcta. La razón es que llueve sobre mojado y uno va sobrado de arena en la boca.

 Sin la “bendición” de una parte importante del clero vasco, el terrorismo de ETA habría bajado muchos decibelios su barbarie y nunca hubiera logrado la complicidad que  tuvo en los núcleos rurales, porque en la tolerancia de aquella Iglesia que encabezaba el obispo Setién, muchos veían una justificación para validar a los violentos: “¡Pero si hasta el obispo está con ellos!”, decían.  Y era verdad, lo estaba. El obispo y miles de curas. En uno de los pasajes más escalofriantes  de “Patria”, Fernando Aramburu describe la conversación entre la viuda de una víctima asesinada por ETA y el cura del pueblo,  que consideraba que era una provocación que ella volviera a su casa para rehacer su vida. El cura  fue a verla, en misión apostólica, porque creía que su presencia alteraría la pacífica convivencia del vecindario…

Superada aquella etapa sangrienta, que dejó 829 víctimas mortales y más de 5000 heridos y mutilados, todos deberíamos hacer una reflexión profunda para que los nacionalismos violentos, excluyentes y fanáticos,  no puedan nunca más enraizar en nuestras orillas pero, de oca a oca, hemos pasado del País Vasco a Cataluña, con una enorme distancia entre ellos, pero que puede achicarse sino se cercenan sus raíces desde los inicios en los que ahora nos encontramos. Soplar las velas de las masas es más fácil que recogerlas después. Y la Iglesia, tan proclive a pedir perdón en estos días, todavía no ha pedido perdón por lo que hizo ni por lo que dejó de hacer en el País Vasco. ¿Volver a empezar, ahora en Cataluña? Camino llevan.

Estamos sabiendo que ese ejército de más de 400 curas -a los que pagamos un sueldo-, contando con la “comprensión” de la jerarquía eclesiástica catalana, ha sido y está siendo esencial para que la sinrazón institucional de unos pretendidos golpistas, extremen sus argumentos hasta donde no se sabe dónde, ni con qué consecuencias, porque esto no ha acabado y el manoseado 155 no es más que una compuerta para abrir posibilidades legales, frente a los que se burlan de la legalidad, con la colaboración del “batallón de las sotanas”. Se sabe que en el adoctrinamiento de los niños han intervenido colegios religiosos de la Fundación de Escuelas Cristianas de Cataluña, con 434 centros subvencionados.  Se sabe que las urnas que no lograron localizar la Policía, el CNI ni la Guardia Civil se guardaban en muchas iglesias, desde las que se hizo una estratégica distribución para aquella burla de referéndum. Se sabe, se ha visto, que mientras un individuo hacía una burla de recuento de papeletas en la escalinata del altar de la Iglesia de Vilarodona, otro, con alba y estola, seguía en lo suyo,  indiferente al manejo que se  estaba perpetrando a sus pies.

Que yo sepa, ningún juez ha llamado a declarar a los curas que guardaron las urnas y permitieron que se votara en las iglesias. ¿Por qué será? Ay, lo mismo me condeno por preguntar.








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