sábado, 9 de septiembre de 2017

CULTURA Y LENOCINIO

                         La calma del encinar
                         CULTURA Y LENOCINIO

                                                        Tomás Martín Tamayo
                                                        tomasmartintamayo@gmail.com
                                                        Blog Cuentos del Día a Día

No creo que nadie preocupado, relacionado o involucrado en la Cultura pueda sentirse satisfecho con nuestra penosa situación actual, porque en ella estancarse es retroceder y, desde luego, este puede ser uno de los momentos culturalmente más sombríos de la etapa democrática. Como si la Cultura fuese una de esas asignaturas consideradas “marías”, la asumió el propio presidente de la Junta que, si con los líos de partido en los que lleva  casi toda la legislatura, apenas tiene tiempo para serenarse, al becerrillo de la Cultura no le da ni un capotazo. Es que ni para disimular. Si el gobierno de la Junta está casi ausente, el consejero de Cultura es que no está de ninguna forma. Ni se le espera. Vara debería quererse menos y cesarse de inmediato.

 No digo que el presidente sea un hombre inculto, pero desde luego en su mundo no está la Cultura ni la Cultura está en su mundo.  ¿Que por qué? No lo sé. Guillermo Fernández Vara es un hombre de alta complejidad, al que hace mucho dejé de traducir porque el bucle de sus piruetas mentales es excesivo para mí simplicidad. Y me mareo. No entendí, no entiendo ni entenderé jamás la doble personalidad y ser diferente dependiendo de si se está en la oposición o en el poder. Sencillamente, con Vara me quedo en el vacío, en la nada metafísica, en la superficie de una profundidad que se me escapa porque, como la línea del horizonte, se aleja si me acerco. Amén.
 
Pero aunque ponga punto y aparte, es un amén de punto y seguido porque se detectan sarpullidos, añoranzas en los  antaño visitadores de mancebías culturales, aquellos que se creían propietarios de la cosa  porque durante un tiempo la administraron con la misma prepotencia que una madama de lenocinio.  Para ellos no hubo ni hay antes y después, porque  toda la gloria quedó en el paréntesis de su paso efímero por una cultureta bien amañada entre amigos, siempre prestos a mojar en el generoso puchero de sus mecenas particulares. Mecenas que disparaban generosamente con nuestra pólvora, claro. Algunos demostraron cierta vergüenza y después de los días al sol pasaron a la sombra sin ruido, pero los cebollinos presuntuosos, los junta letras engominados e incapaces de levantar la vista de su ombligo,  siguen de guardia y andan quejosos porque se ponen la mano detrás de las orejas y solo oyen el ruido de sus tripas. Pero como todo no puede ser malo en todo, la crisis sopló los jaramagos de tanta pobreza intelectual, de tanta pitanza pringosa y hemos de reconocer -¡vaya mérito!- que entre la penuria de hoy y la de los chupópteros ripiosos de ayer algo hemos ganado porque, además de perderlos de vista, hemos dejado de alimentarlos. A ellos y a sus tristes egos. ¡Que sigan rezando al que los puso y maldiciendo al que los quitó, pero que no vuelvan a poner su zarpa en la Cultura! Les va mejor llorar y manifestar su resentimiento.

En la Cultura siempre hay espacios vacíos y medio llenos, porque el presupuesto nunca es generoso y dinamizarla cuesta mucho dinero. Un dinero que no tenemos porque hay sectores más urgentes y prioritarios. Es difícil torear un morlaco tan diverso y resabiado, pero mejor es no perder la esperanza y creer que después de este tiempo, ciertamente sombrío, lo que llegue será mejor. A peor es difícil.
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