La calma del encinar
CULTURA
Y LENOCINIO
Tomás
Martín Tamayo
Blog
Cuentos del Día a Día
No creo que nadie preocupado, relacionado o involucrado en
la Cultura pueda sentirse satisfecho con nuestra penosa situación actual,
porque en ella estancarse es retroceder y, desde luego, este puede ser uno de
los momentos culturalmente más sombríos de la etapa democrática. Como si la
Cultura fuese una de esas asignaturas consideradas “marías”, la asumió el
propio presidente de la Junta que, si con los líos de partido en los que lleva casi toda la legislatura, apenas tiene tiempo
para serenarse, al becerrillo de la Cultura no le da ni un capotazo. Es que ni
para disimular. Si el gobierno de la Junta está casi ausente, el consejero de
Cultura es que no está de ninguna forma. Ni se le espera. Vara debería quererse
menos y cesarse de inmediato.
No digo que el
presidente sea un hombre inculto, pero desde luego en su mundo no está la
Cultura ni la Cultura está en su mundo. ¿Que por qué? No lo sé. Guillermo Fernández
Vara es un hombre de alta complejidad, al que hace mucho dejé de traducir
porque el bucle de sus piruetas mentales es excesivo para mí simplicidad. Y me
mareo. No entendí, no entiendo ni entenderé jamás la doble personalidad y ser
diferente dependiendo de si se está en la oposición o en el poder. Sencillamente,
con Vara me quedo en el vacío, en la nada metafísica, en la superficie de una
profundidad que se me escapa porque, como la línea del horizonte, se aleja si
me acerco. Amén.
Pero aunque ponga punto y aparte, es un amén de punto y
seguido porque se detectan sarpullidos, añoranzas en los antaño
visitadores de mancebías culturales, aquellos que se creían propietarios de la
cosa porque durante un tiempo la
administraron con la misma prepotencia que una madama de lenocinio. Para
ellos no hubo ni hay antes y después, porque toda la gloria quedó en el paréntesis de su
paso efímero por una cultureta bien amañada entre amigos, siempre prestos a
mojar en el generoso puchero de sus mecenas particulares. Mecenas que
disparaban generosamente con nuestra pólvora, claro. Algunos demostraron cierta
vergüenza y después de los días al sol pasaron a la sombra sin ruido, pero los
cebollinos presuntuosos, los junta letras engominados e incapaces de levantar
la vista de su ombligo, siguen de guardia y andan quejosos porque se
ponen la mano detrás de las orejas y solo oyen el ruido de sus tripas. Pero
como todo no puede ser malo en todo, la crisis sopló los jaramagos de tanta
pobreza intelectual, de tanta pitanza pringosa y hemos de reconocer -¡vaya
mérito!- que entre la penuria de hoy y la de los chupópteros ripiosos de ayer
algo hemos ganado porque, además de perderlos de vista, hemos dejado de alimentarlos.
A ellos y a sus tristes egos. ¡Que sigan rezando al que los puso y maldiciendo
al que los quitó, pero que no vuelvan a poner su zarpa en la Cultura! Les va
mejor llorar y manifestar su resentimiento.
En la Cultura siempre hay espacios vacíos y medio llenos,
porque el presupuesto nunca es generoso y dinamizarla cuesta mucho dinero. Un
dinero que no tenemos porque hay sectores más urgentes y prioritarios. Es
difícil torear un morlaco tan diverso y resabiado, pero mejor es no perder la
esperanza y creer que después de este tiempo, ciertamente sombrío, lo que
llegue será mejor. A peor es difícil.
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