La calma del encinar
CICLISTAS,
ALTO RIESGO
Tomás Martín Tamayo
Blog Cuentos del Día a Día
Dejé la bicicleta poco antes de que la bicicleta me dejara a
mí, pero hubo años en los que superamos los ocho mil kilómetros e hicimos hasta
cuatro veces Badajoz –Guadalupe, para
bautizar en la fuente a los nuevos “caballeros ciclistas”. Sé lo que es domar
el duro cuero del sillín, he oído el silencio del pelotón cuando los repechos se
presentan y he disfrutado de esos momentos de llaneo y plenitud, en los que solo
habla la cadencia de los engranajes de las cadenas, el aliento y el viento.
Dejé la bicicleta cuando tenía que duplicar el esfuerzo para
no quedarme descolgado, aunque sé que hay compañeros que, diez años después,
siguen pedaleando a buen ritmo. La bicicleta exige mucha constancia y no
perdona ni un kilo, ni una noche de insomnio, ni un exceso, ni una preocupación…
¿Se entenderá que respete tanto a los ciclistas? Los adelanto con delicadeza,
para que no les roce ni el soplo al pasar y todavía siento un pellizco cuando
los veo, porque me gustaría estar entre ellos, buscando una buena rueda y
dosificando las fuerzas, como nos enseñó Vicente Giralt, “El Maestro”. He visto
caídas colectivas, estrepitosas, brazos y piernas rotas, cascos partidos contra
las peñas, pero todo eso era asumible. ¡Lo de ahora no lo es!
El pasado lunes HOY publicaba una viñeta gráfica de Sansón
en la que un ciclista, perfectamente equipado, casco ergonómico incluido,
temblando se despedía de su familia, antes de subirse a la bicicleta.
Como si fuera a la guerra. Sé que es una caricatura de la realidad, pero las
caricaturas, sin son buenas, suelen parecerse al modelo original. El ciclismo
deportivo en España está alcanzando cotas de alto riesgo, como evidencia su
mortalidad y es un indicativo de que algo estamos haciendo mal, o no estamos
haciendo, porque duplicamos los accidentes mortales de Holanda, en la que la
bicicleta es un medio de transporte cotidiano. Por cada ciclista en España hay
cincuenta en Holanda, pese a que los triplicamos en habitantes.
¿Más riesgo efectivo que el toreo, el motociclismo, la
Fórmula 1, el alpinismo, el paracaidismo, el surf…? Mucho más. ¿Más del que
corren los militares desplazados, los bomberos, taxistas, agentes policiales,
especialistas en explosivos…? Sí, a juzgar por los decesos. La racha luctuosa
de los últimos tiempos no es producto de la casual fatalidad y algo falla cuando
un deporte tan gremial, pacífico y esforzado, deja tantas cruces en los
arcenes. ¿Es también casual que la mayoría de los conductores que propiciaron
los arrastres mortales de grupos de ciclistas, dieran positivo en alcohol,
drogas o en las dos cosas a la vez?
Cuando comenzaba este artículo, las sirenas de los
informativos ululaban de nuevo: “Muere otro ciclista atropellado por un
conductor drogado, en Oliva (Valencia)”, “Ciclista atropellado en Navarra”,
“Muere un ciclista al colisionar con un turismo en Alicante”, “24 ciclistas
muertos en los seis primeros meses del año”. Me resisto a creer inevitable que
la muerte de ciclistas atropellados en la carretera, abra portadas e
informativos, aunque las licencias federativas se hayan duplicado en los
últimos diez años. El ciclista es consciente de su fragilidad y –siempre hay
excepciones- no suele exponerse, compitiendo fuera de su espacio. Que en los
atropellos medien alcohol, drogas y desalmados que se dan a la fuga ya es un indicativo. Creo que, además de
lamentarnos, hay medidas que esperan. Y ya están inventadas.
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