sábado, 17 de junio de 2017

CICLISTAS, ALTO RIESGO



                     La calma del encinar
                     CICLISTAS, ALTO RIESGO

                                                          Tomás Martín Tamayo
                                                          tomasmartintamayo@gmail.com
                                                          Blog Cuentos del Día a Día

Dejé la bicicleta poco antes de que la bicicleta me dejara a mí, pero hubo años en los que superamos los ocho mil kilómetros e hicimos hasta cuatro veces  Badajoz –Guadalupe, para bautizar en la fuente a los nuevos “caballeros ciclistas”. Sé lo que es domar el duro cuero del sillín, he oído el silencio del pelotón cuando los repechos se presentan y he disfrutado de esos momentos de llaneo y plenitud, en los que solo habla la cadencia de los engranajes de las cadenas, el aliento y el viento.

Dejé la bicicleta cuando tenía que duplicar el esfuerzo para no quedarme descolgado, aunque sé que hay compañeros que, diez años después, siguen pedaleando a buen ritmo. La bicicleta exige mucha constancia y no perdona ni un kilo, ni una noche de insomnio, ni un exceso, ni una preocupación… ¿Se entenderá que respete tanto a los ciclistas? Los adelanto con delicadeza, para que no les roce ni el soplo al pasar y todavía siento un pellizco cuando los veo, porque me gustaría estar entre ellos, buscando una buena rueda y dosificando las fuerzas, como nos enseñó Vicente Giralt, “El Maestro”. He visto caídas colectivas, estrepitosas, brazos y piernas rotas, cascos partidos contra las peñas, pero todo eso era asumible. ¡Lo de ahora no lo es!
 
El pasado lunes HOY publicaba una viñeta gráfica de Sansón en la que un ciclista, perfectamente equipado, casco ergonómico incluido, temblando se despedía de  su familia, antes de subirse a la bicicleta. Como si fuera a la guerra. Sé que es una caricatura de la realidad, pero las caricaturas, sin son buenas, suelen parecerse al modelo original. El ciclismo deportivo en España está alcanzando cotas de alto riesgo, como evidencia su mortalidad y es un indicativo de que algo estamos haciendo mal, o no estamos haciendo, porque duplicamos los accidentes mortales de Holanda, en la que la bicicleta es un medio de transporte cotidiano. Por cada ciclista en España hay cincuenta en Holanda, pese a que los triplicamos en habitantes.

 ¿Más riesgo efectivo que el toreo, el motociclismo, la Fórmula 1, el alpinismo, el paracaidismo, el surf…? Mucho más. ¿Más del que corren los militares desplazados, los bomberos, taxistas, agentes policiales, especialistas en explosivos…? Sí, a juzgar por los decesos. La racha luctuosa de los últimos tiempos no es producto de la casual fatalidad y algo falla cuando un deporte  tan gremial, pacífico y esforzado, deja tantas cruces en los arcenes. ¿Es también casual que la mayoría de los conductores que propiciaron los arrastres mortales de grupos de ciclistas, dieran positivo en alcohol, drogas o en las dos cosas a la vez?

Cuando comenzaba este artículo, las sirenas de los informativos ululaban de nuevo: “Muere otro ciclista atropellado por un conductor drogado, en Oliva (Valencia)”, “Ciclista atropellado en Navarra”, “Muere un ciclista al colisionar con un turismo en Alicante”, “24 ciclistas muertos en los seis primeros meses del año”. Me resisto a creer inevitable que la muerte de ciclistas atropellados en la carretera, abra portadas e informativos, aunque las licencias federativas se hayan duplicado en los últimos diez años. El ciclista es consciente de su fragilidad y –siempre hay excepciones- no suele exponerse, compitiendo fuera de su espacio. Que en los atropellos medien alcohol, drogas y desalmados que se dan a la fuga  ya es un indicativo. Creo que, además de lamentarnos, hay medidas que esperan. Y ya están inventadas.
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