sábado, 25 de junio de 2016

NO VOTAR TAMBIÉN ES PARTIPAR


                
                                      
                                 La calma del encinar
                                 NO VOTAR TAMBIEN ES PARTICIPAR
                                                                         Tomás Martín Tamayo
                                                                           (martíntamayo.com)

Aunque hay poco que reflexionar, porque creo que el electorado tiene decidida su elección para mañana, es jornada de reflexión y debemos respetarla. Además, si uno no lo tiene claro, difícil es intermediar, guiar o aclarar algo a los demás. Y ese es mi caso que, según los últimos sondeos, se suma al más del 35% del electorado que no saben qué hacer mañana. Podemos ir a votar o dejarlo pasar que, contra lo que dicen los apologetas de la participación interesada, es una opción tan legítima como la de votar en blanco o hacerlo en favor de cualquiera de las opciones que se ofertan en la parrilla de salida. La participación por omisión es tan efectiva que incluso se la contempla en el código penal. Argumentan que no votar favorece a los partidos con opciones mayores pero ¿quiénes son los mayores, quiénes los  menores y, a fin de cuentas, qué importa eso a los que se sienten ajenos al cotarro repetitivo del más de lo mismo, después del 20-D?

Visto lo visto, todo parece un suma y sigue de la vieja política de siempre, con sus mismos costurones y desvergüenzas. Los que llegan como nuevos lo hacen con tics parecidos y  apenas se diferencian de los viejos en los decibelios que imprimen a los suspiros y ansias. Y los suspiros son suspiros, los dé Agamenón o su porquero. Los seis meses que han transcurrido desde las últimas elecciones no han sido tan inútiles como se dice, porque ese tiempo nos ha ayudado a conocer el verdadero careto que algunos ocultaban tras la careta. Es como las versiones que vemos de Medea en el Teatro Romano de Mérida, con adaptaciones caprichosas, que no aportan nada al fondo que escribió Eurípides, hace casi dos mil quinientos años. ¿Que los intérpretes han pasado de túnicas a pantalones vaqueros y ahora utilizan un lenguaje de mercadillo? ¡Eurípides se partiría de risa!

A la desvergüenza e impunidad de muchos actores les quedan pocas representaciones, es algo que tienen asumido ellos mismos, pero “mientras dure, dura” porque más dura será la caída y algunos se aferran a la posibilidad del continuismo para salvar su propio culo de la quema. Es lo único que les importa. Pero esta democracia, un tanto mutilada y aún renqueante, nos permite meter a muchos jetas en la taza del inodoro y tirar de la cadena. Aquí no hay paracaidistas que haya llovido el cielo redentor porque los partidos tradicionales, al bajar confiadamente la guardia, abrieron la puerta a nuevas opciones, que se gestaron en su propio seno y con su propio código genético. Hemos mejorado, sí, pero en los resabios. Nuestro sistema, cerrado por la nefasta partitocracia, elabora sus propios mecanismos de defensa y de toda esta confusión saldrá algo mejor, aunque algunos estén sobrando antes de llegar y otros desde que llegaron.



¿Y mañana? Mañana, que cada elector haga lo que considere oportuno, porque tan malo es  votar a la fuerza como no votar. Eso de acercarse a la urna con una pinza en la nariz es muy demodé. Conocemos las opciones reales mejor que nunca y en estas elecciones es difícil alegar ignorancia, porque a todos les hemos visto el plumero y el que quiera una respuesta ética, que espere sentado. Ellos tienen cuatro años para ejecutar y nosotros unas horas para decidir, pero lo que llegue, bienvenido sea. Menos que nos citen otra vez para diciembre.
                        
                               

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