miércoles, 13 de abril de 2016

MÁS GOMINA QUE INTELIGENCIA



                            La calma del encinar
                            MÁS GOMINA QUE INTELIGENCIA

                                                     Tomás Martín Tamayo
                                                     tomasmartintamayo@gmail.com
                                                     Blog Cuentos del Día a Día



Si hacemos una valoración global de los frutos que Mario Conde ha sacado a su inteligencia, habremos de concluir que se trata de una inteligencia extraña, bastante torpe o muy mal gestionada. Un señor que, con poco menos de cuarenta años, disponía de una fortuna personal que le hubiera permitido vivir a él, hijos, nietos… en la opulencia reservada a las élites más privilegiadas y que acaba condenado a veinte años de cárcel, por un montón de delitos relacionados con el dinero, muy listo, muy listo no parece que sea. Inteligente tampoco. Si tenía lo que no podía gastar ni en tres vidas ¿para qué quería más? ¿Pasar once años en la cárcel? Eso no tiene precio y no hay dinero para pagarlo, pero parece que “el príncipe de la gomina” es duro de mollera y no aprendió ni aprende, porque al poco de salir ya está otra vez en el disparadero por seguir pisando el mismo charco del dinero. Es posible que en la cabeza tenga más gomina que inteligencia, porque se puede ser número uno como opositor y como gilipollas. Siendo tan superior igual piensa que después de esta vida va a tener otras y que puede permitirse el lujo de echar una al váter y tirar de la cadena.
 
 Y el mismo rasero hay que pasárselo a Rodrigo Rato, Blesa, Ruiz Mateos y demás cofrades del trinque. Toda esta gente de relumbrón, privilegiados de cuna o por una supuesta inteligencia superior, que acaban complicándose la vida por conseguir más de lo muchísimo que tienen, deberían hacérselo mirar, tendiéndose muchas horas en el diván de un psiquiatra.  Ya sé que la avaricia rompe el saco y que el humo del dinero les ciega los ojos, pero si no son capaces de sentarse un rato para respirar y oxigenarse, son de inteligencia cuestionable. Se puede entender que alguien luche y se exponga para vivir mejor y ofrecer algo más a su familia, pero luchar y exponerse para vivir peor, complicarse la vida y arrastrar a su familia hasta la misma cloaca…

Algo sé de las cárceles porque, aunque uno no sea muy listo, en cuarenta y tres años se aprende. Sobre todo si se tiene en el aula o sus aledaños a estos ilustres alumnos que descienden desde el Olimpo a las catacumbas. Personalmente respeto más a los que estando en las catacumbas quieren escalar hasta el Olimpo, pero todos enseñan al maestro porque en esto, como en casi todas las facetas de la vida, se impone la ley de los vasos comunicantes. Tuve un alumno que ingresó en la prisión por ladrón, dejando un Ferrari de 350.000 euros escondido en un garaje. Una semana después conducía por los pasillos de la cárcel el carrito con el rancho carcelario. Tuve otro que el día que cumplía su condena fue a despedirse de mí con un “hasta mañana, don Tomás”, porque dejaba la celda para dormir en la calle y lo menos penoso para él  era volver. Para mí que este tenía más inteligencia práctica que el engominado que se empecina en recorrer el camino contrario.

 ¿Les parece de ciencia ficción ver a Mario Conde  repartiendo libros por los módulos de una prisión? Pues no es ciencia ni ficción y, aunque no se lo deseo, puede que vuelva a hacerlo, aprovechando su práctica y experiencia. Aunque lo suyo no es repartir.

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