sábado, 1 de febrero de 2014

OBSESIONES ENFERMIZAS

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                              La  calma del encinar


                          OBSESIONES ENFERMIZAS
                                               Tomás Martín Tamayo
                                               tomasmartintamayo@gmail.com

El pasado lunes, Ana Zafra señalaba con su habitual socarronería que algunos personajes históricos, como Alejandro Magno o Leonardo da Vinci, estaban en el listado de “deficientes ilustres” por ser homosexuales. La columnista se reía abiertamente de la simplicidad de ciertas catalogaciones, que vienen a demostrar una obsesión enfermiza por las orientaciones sexuales de los demás. No hay que irse tan lejos, porque todavía en siete países se aplica la pena de muerte al acto sexual consensuado entre adultos del mismo sexo y está tipificado como delito en otros setenta y nueve, incluyendo entre las penas la mutilación y la castración. Y ya conocemos el criterio de algunos personajes ilustres de nuestros días, como el cardenal Fernando Sebastián, que considera que la homosexualidad es una deficiencia que se puede curar con tratamiento adecuado. Lástima que no dijera cual es el tratamiento adecuado, porque eso le hubiera reportado el Nobel en varias disciplinas, incluida la del disparate.

Si los heterosexuales no tenemos tratamiento, ni lo queremos porque así estamos en la gloria, e incluso se considera loable y equilibrada nuestra inclinación natural hacia el sexo contrario, no sé a qué tratamiento puede referirse el cardenal para “curar” la inclinación de los homosexuales hacia los del mismo sexo. Aunque siempre hay un remedio para todo y el que se aplica en esos siete países cura todas las enfermedades. Hasta hace muy pocos años la prisión de Badajoz (actual MEIAC) acogía a homosexuales de toda España, la mayoría condenados por “escándalo público” y encarcelados para cumplir sucesivas condenas bajo aquel sucedáneo de la “ley de vagos y maleantes”, que fue la “Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social” y que consistía en encarcelar a todo lo que estorbaba en la calle. Hacer limpieza, decían. La cárcel de Badajoz, mira qué suerte, tenía el privilegio de estar catalogada a nivel nacional como “Asistencial”, con la pretensión de ser un centro de rehabilitación de homosexuales, aunque yo que estaba allí y tenía como alumnos a todos aquellos “enfermos”, nunca supe que se aplicara terapia alguna para rehabilitar a nadie, excepto el tratamiento vergonzante de hacinarlos para que purgaran una pena “ejemplarizante”. Parece que el tratamiento no era muy eficaz, porque al poco volvían a entrar con la misma “deficiencia”.

Eran otros tiempos y si se sigue la ruta de los países que actualmente penalizan la homosexualidad, con excepcionales sarpullidos, no se sale del tercer mundo, pero que hoy, todavía, una persona cuerda y culta como se supone que debe ser un cardenal, salga con estos jaleos es para plantearnos muchas cosas e incluso cuestionar las desconocidas razones del Papa Francisco, que es el que lo ha hecho cardenal. No me extraña que Susanne Atanus, candidata republicana al Congreso de EE.UU lleve como latiguillo de su exitosa campaña que el autismo y la demencia son consecuencias del enfado de Dios y que Dios castiga la homosexualidad con tornados y lluvias torrenciales… ¿Se imaginan a la tipa legislando e impartiendo doctrina? Pero volviendo a nuestro cardenal, alguien debería preguntarle no sólo por la terapia antihomosexualidad, sino por qué cree que hay que aplicarla y ya puestos, preguntarle también  si tiene estudios estadísticos del éxito de la misma después de  haberla experimentado en su entorno.

Resulta bastante ridículo que donde estamos y como estamos, algunos sigan con la obsesión enfermiza de olisquear en las entrepiernas del prójimo y, además, haciendo de ellas una cuestión médico-religiosa, metiendo a Dios en sus desvaríos. Pues amén.