La calma del encinar
FEDERICO MAYOR ZARAGOZA
Tomás
Martín Tamayo
Conocía a Federico Mayor Zaragoza desde su etapa como Ministro de
Educación, coincidente con la mía de consejero de Educación y Cultura, aunque
lo traté más directamente años después, en el CDS, cuando, como muchos otros,
vino a Extremadura para ayudarnos en algunos actos electorales. Poco a poco iré
contando cosas de personajes ilustres como Eduardo Punset, Ínigo Cavero, Raul
Morodo, Ramón Tamames, Rafael Calvo Ortega, Arias Salgado, Rodríguez Sahagún…
que en la distancia corta aparcaban los disimulos y se mostraban con absoluta
naturalidad. Después de la muerte de Adolfo Suárez, aunque hay cosas que me
llevaré a la tumba, no descarto la posibilidad de traer aquí un recordatorio
anecdótico sobre ellos, porque todos eran unos “artistas” que tenían su
“puntito”. Además, tras la publicación del libro de Pilar Urbano, a la que hay
que leer sin prejuicios, Suárez y sus “aledaños” siguen en prime plano.
Federico Mayor Zaragoza fue uno de los más sencillos y tenía una enorme
facilidad para desdramatizar situaciones embarazosas. Estuvo tres días en
Extremadura, soportando una programación de cientos de kilómetros y nunca borró
la sonrisa de su cara. El cuartel general lo teníamos en Badajoz y él se
hospedaba en el hotel Zurbarán, en el que, por tres veces consecutivas,
invitamos a los medios de comunicación a un “desayuno informativo” que nunca se
celebró, porque ninguno respondió a nuestra convocatoria. Para mi aquello era embarazoso porque Mayor Zaragoza quería
desayunar con los periodistas y finalmente acabábamos desayunando los dos
solos. Yo le explicaba, como disculpa, que habíamos enviado la convocatoria por
la mañana, la habíamos reiterado por la tarde y finalmente se había hecho un
recordatorio telefónico. “No te preocupes, esto es así y si no vienen es porque
no quieren, porque no los dejan o porque no les interesa lo que podamos
decirles”. Un alivio para mí, que miraba al cielo pidiendo ayuda para que algún
periodista se decidiera a desayunar con nosotros. No tuve suerte, Mayor
Zaragoza no interesaba y a mí me tenían muy visto.
Con Mayor Zaragoza tuve un acto en un pueblo de la Siberia, del que
recuerdo una de las anécdotas más desternillantes de mi vida. Fuimos para
explicar las consecuencias de la entrada de España en la OTAN y tanto él como
yo nos esforzamos en dar datos sobre lo que el ingreso suponía. Lógicamente yo
iba de telonero y mi intervención fue corta, pero Federico se empleó a fondo y
estuvo más de media hora explicando lo que era la OTAN. Al concluir su
intervención, como siempre hacía, ofertó la posibilidad de abrir un coloquio y
después de unos segundos de silencio, cuando ya nos despedíamos, un señor
mayor, desde la primera fila y sin quitarse en cigarro de la boca, levantó la
mano pidiendo la palabra. Mayor Zaragoza le animó: “Bueno, pues yo venía
preocupado, pero me voy tranquilo porque por lo que ha explicado usted eso de
la OTAN no nos afecta porque cae más bien al sur ¿verdad?”. Federico,
sorprendido, apenas pudo responder con un “pues sí, entre el norte y el sur,
más o menos”.
De vuelta a Badajoz, nada más montarnos en el coche, a Mayor Zaragoza
le dio un ataque de risa: “Jo, tengo que revisar mi intervención porque por lo
que ese señor ha dicho soy una puta calamidad. Media hora hablando de la OTAN y
lo que ha entendido es que “eso cae más bien al sur”. “Yo también lo he
entendido así, Federico”, le dije muy serio: “¿De verdaaaaaad?”
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