La calma del encinar
DE PILLOS
Y SINVERGÜENZAS
Tomás
Martín Tamayo
Hace años estuve en el consejo de administración de una caja de ahorros
que, invariablemente, cerraba el año con sustanciosos beneficios, lo que permitía
a su director general sacar pecho y presumir de ser un gestor “platino”.
Explicaciones pocas o ninguna porque al consejo llegaba todo cocinado y como yo
estaba en minoría y en la oposición, la información que tenía era la que podía
coger a hurtadillas. No era una entidad que se caracterizase por dar créditos
blandos ni fáciles (a no ser que mediara una llamada telefónica) y aunque en el
fondo y en la forma seguía las pautas políticas que salían de un despacho de la
Junta, más allá de las declaraciones grandilocuentes, el desarrollo de
Extremadura era algo que quedaba a trasmano del objetivo prioritario de la
entidad: ganar dinero y servir de colchón económico al poder político. Nada que
ver con los principios fundacionales que justificaron su implantación.
Así de penoso. No es de extrañar
la deriva catastrófica de casi todas las cajas de ahorro, que con tanto manoseo
y tanto intervencionismo político, en
pocos años pasaron de la opulencia a la ruina más absoluta, muchas de ellas
vendidas como baratijas, a precio de mercadillo, después de habernos gastado
casi 50.000 millones en pulirlas, porque tenían más óxidos que el candado de
una Lambreta. Si se pagaban intereses y apenas se concedían créditos ¿cómo
lograban unos beneficios tan abultados? El secreto era el “interbancario”, un
mercado en el que los bancos se prestaban unos a otros, con unos márgenes muy
superiores a los que pagaba la entidad a sus impositores. A primero de año depositaban en el “interbancario” sustanciosas
cantidades que en diciembre retornaban a la entidad cargadas de beneficios.
¡Ese era “el gran secreto”, que pretendían vendernos como ciencia infusa que
sólo habitaba en la privilegiada cabeza de los mandamases de turno! Menudos
jetas.
Pues, más de lo mismo, la gran ballena de la banca española, que ya
tiene en su estómago a las cajas de ahorro, sigue haciendo el mismo ejercicio
malabar de aquellas, cogiendo dinero del Banco Central Europeo, con la garantía
del Estado español, para comprar bonos del Tesoro. El BCE lo presta al 0´25% y
los listos de turno lo invierten en deuda pública española al 4%, logrando unos
beneficios espectaculares y sin riesgo alguno, porque de la deuda respondemos
todos, incluso los que duermen bajo cartones en el cubículo de los cajeros
automáticos. La temporalidad también se repite, venden en diciembre para burlar
las sanciones del BCE y vuelven a comprar en enero. Por eso Antonio Rosa dice
que si el BCE comprara directamente deuda pública española, los bancos tendrían
que dedicarse a la economía real, es decir, a dar créditos, con lo que se
activaría la economía en general.
Pero lo que parece claro es que ni ayer las cajas, en general, ni hoy
los bancos, en particular, tienen otro objetivo que no sea ganar mucho,
apostando poco y evitando riesgos que al final mancomunan incluso con las
víctimas de su propia voracidad. ¿Los riesgos para todos y los beneficios para
ellos? Nada nuevo, ya se sabe que tienen mucho poder y no son entidades
filantrópicas, pero se les debería exigir que aflojen un poco la soga, porque
hay empresarios con unos ventanucos tan estrechos que no les entra ni saldo en
el móvil. Si están a las maduras no pueden huir de las duras, a menos que se haga
verdad que ellos son listos “cinco estrellas” y todos los demás gilipollas
“etiqueta negra”.
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