Cuentos del día a
día
ATADO Y BIEN ATADO
Tomás Martín Tamayo
Ante los “sobresueldos”, los trinques de todo color y la corrupción
asentada y evidentemente tolerada, un amigo me interroga: ¿Y para qué está el
Tribunal de Cuentas del Reino? Se queda boquiabierto cuando le explico que al
final del camino esa es una institución “tapadera”, que sirve para justificar
lo que en teoría debería perseguir. Tampoco sabía que los integrantes de ese
“tribunal”, los del Consejo General del Poder Judicial y los del Tribunal
Constitucional, es decir, la cúpula del poder Judicial, obedecen a un reparto de conveniencia entre los
partidos políticos. Y por ignorar ignoraba que el Fiscal General es nombrado
por el Gobierno de turno y que todos los fiscales, incluso los más pequeñitos,
son sus subordinados, con lo que todo queda en manos de los partidos políticos
y de ahí la absoluta impunidad con la que se han movido y se mueven. Y por si
queda algún cabo suelto, el Gobierno se reserva la potestad del indulto, una antigualla reducto del pasado, que data
de 1870.
No sé si Franco finalmente lo
dejó todo “atado y bien atado”, aunque es evidente que los pilares esenciales
que levantó, e incluso los que designó, siguen siendo base del edificio, 38
años después de su muerte. Con la perspectiva que da el tiempo, bien parece que
la propia Constitución que nos dimos como garantía de la ruptura con el pasado,
ha servido para perpetuarlo, porque más allá de las formas y los gestos, esta
democracia vertical apenas supera el test más liviano. Aparentemente la
transición fue como un puente entre una dictadura decadente y una democracia
cogida con alfileres, que, pensábamos ingenuamente, iría fortaleciéndose con el
tiempo, pero no ha sido así y es el tiempo el que ha dejado en evidencia el
abismo entre una democracia de verdad y esta partitocracia que nos está
asfixiando y llamando a rebato a muchos nostálgicos, que estaban adormecidos
pero que empiezan a ver una oportunidad.
En teoría podemos argumentar que los tres pilares que consagran el
sistema democrático, legislativo, ejecutivo y judicial, funcionan con
independencia y garantizan la solvencia de España como país ajeno a los sesgos
dictatoriales del pasado, pero la realidad evidencia que el reduccionismo lo
deja todo en manos de muy pocos y que los partidos políticos se han
autoblindado, hoy por ti y mañana por mí, para mantenerse al margen de las
reglas que imponen a los demás. Así se explica el desprestigio generalizado de
todos los estamentos que apuntalan el sistema, jefatura del Estado, Gobierno,
partidos, sindicatos, justicia… y ahora ya ha saltado la aluminosis a un
edificio tan sensible como la Hacienda pública, que se ha demostrado carcomida,
intervenida y sometida como todos los demás.
¿Era esto lo que queríamos? En
todo caso es esto lo que tenemos, porque en el fondo y cada día más en las
formas, salvando chorradas teatrales de gritos y gestos contra Franco, cada día
parece más evidente de que cuando sentenció aquello de “lo dejo todo atado y
bien atado” no tenía un subidón de optimismo. Lo que hay que bajar no son
estatuas ni nombres en el callejero de cada pueblo, y lo que tenemos que cerrar
no es la abadía del Valle de los Caídos, sino las reminiscencias de un pasado
que sigue presente, atado y bien atado. Ya toca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario