sábado, 21 de diciembre de 2013

ATADO Y BIEN ATADO

                               Cuentos del día a día
                               ATADO Y BIEN ATADO
                                                           Tomás Martín Tamayo
                                                           tomasmartintamayo@gmail.com



Ante los “sobresueldos”, los trinques de todo color y la corrupción asentada y evidentemente tolerada, un amigo me interroga: ¿Y para qué está el Tribunal de Cuentas del Reino? Se queda boquiabierto cuando le explico que al final del camino esa es una institución “tapadera”, que sirve para justificar lo que en teoría debería perseguir. Tampoco sabía que los integrantes de ese “tribunal”, los del Consejo General del Poder Judicial y los del Tribunal Constitucional, es decir, la cúpula del poder Judicial,  obedecen a un reparto de conveniencia entre los partidos políticos. Y por ignorar ignoraba que el Fiscal General es nombrado por el Gobierno de turno y que todos los fiscales, incluso los más pequeñitos, son sus subordinados, con lo que todo queda en manos de los partidos políticos y de ahí la absoluta impunidad con la que se han movido y se mueven. Y por si queda algún cabo suelto, el Gobierno se reserva la potestad del indulto,  una antigualla reducto del pasado, que data de 1870.

 No sé si Franco finalmente lo dejó todo “atado y bien atado”, aunque es evidente que los pilares esenciales que levantó, e incluso los que designó, siguen siendo base del edificio, 38 años después de su muerte. Con la perspectiva que da el tiempo, bien parece que la propia Constitución que nos dimos como garantía de la ruptura con el pasado, ha servido para perpetuarlo, porque más allá de las formas y los gestos, esta democracia vertical apenas supera el test más liviano. Aparentemente la transición fue como un puente entre una dictadura decadente y una democracia cogida con alfileres, que, pensábamos ingenuamente, iría fortaleciéndose con el tiempo, pero no ha sido así y es el tiempo el que ha dejado en evidencia el abismo entre una democracia de verdad y esta partitocracia que nos está asfixiando y llamando a rebato a muchos nostálgicos, que estaban adormecidos pero que empiezan a ver una oportunidad.

En teoría podemos argumentar que los tres pilares que consagran el sistema democrático, legislativo, ejecutivo y judicial, funcionan con independencia y garantizan la solvencia de España como país ajeno a los sesgos dictatoriales del pasado, pero la realidad evidencia que el reduccionismo lo deja todo en manos de muy pocos y que los partidos políticos se han autoblindado, hoy por ti y mañana por mí, para mantenerse al margen de las reglas que imponen a los demás. Así se explica el desprestigio generalizado de todos los estamentos que apuntalan el sistema, jefatura del Estado, Gobierno, partidos, sindicatos, justicia… y ahora ya ha saltado la aluminosis a un edificio tan sensible como la Hacienda pública, que se ha demostrado carcomida, intervenida y sometida como todos los demás.


 ¿Era esto lo que queríamos? En todo caso es esto lo que tenemos, porque en el fondo y cada día más en las formas, salvando chorradas teatrales de gritos y gestos contra Franco, cada día parece más evidente de que cuando sentenció aquello de “lo dejo todo atado y bien atado” no tenía un subidón de optimismo. Lo que hay que bajar no son estatuas ni nombres en el callejero de cada pueblo, y lo que tenemos que cerrar no es la abadía del Valle de los Caídos, sino las reminiscencias de un pasado que sigue presente, atado y bien atado. Ya toca.

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