La calma del encinar
Tomás Martín Tamayo
Y “míster ombligo”, ejerciendo
de rompecristales, va y dice: “Lo que ha hecho Aznar es exactamente lo que
no hay que hacer cuando se abandona la responsabilidad política. Hay que saber
aceptar que el autobús sólo se puede conducir desde el asiento del conductor,
pretender conducir desde otra posición es arriesgarse a que el vehículo no
llegue a ningún destino y lo más seguro es que el accidente se produzca a la
salida de cualquier curva”. A priori parece una sensata reflexión, pero
finalmente deviene en disparate desternillante si el autor es Ibarra, el saturno
extremeño empeñado en devorar a su hijo político, incluso al precio de caer
en deslealtad con las siglas del partido
que lo sostuvo. Se fue para quedarse y desde que se vio fuera anda golpeando la
puerta para que no lo olvidemos. Al precio que sea, incluso dejándose acariciar
el lomo por el PP para poder segar la hierba debajo de los pies a Guillermo
Fernández Vara, su designado. El “saturnillo”, completamente perdido para la
privacidad, anda buscando besos de reconocimiento y cualquier cosa le vale.
Pero es que en su ceguera
sigue vociferando lo que percibe cuando se mira al espejo: “La entrevista
televisiva ha evidenciado un Aznar lleno de desconfianza hacia un Rajoy cuyo
único delito consiste en querer volar por sus propios medios”. Es decir, lo
mismo que le pasó a Vara por querer ir a su paso, pensar con su cabeza, tomar
sus decisiones, aparcar fobias y lastres y dejar en el apeadero al ególatra que
desde la parte trasera del autobús pretendía seguir conduciendo el vehículo.
Resulta igualmente falso y pretencioso cuando afirma: “Nunca, por muchas
veces que se haya hecho la misma ruta, son iguales las circunstancias de
circulación, por lo que pretender que se conduzca y se circule como se hacía
cuando el que se marchó ocupaba esa responsabilidad es un ejercicio mezquino de
soberbia, prepotencia y desconfianza en los demás”. Exacto, cuenta con
precisión la soberbia, la mezquindad y la prepotencia que son los pilares
angulares de su afán. Y de su vida política.
¿Se imaginan a Talavante
encabezando una manifestación contra las corridas de toros? ¿Al Dioni adoctrinando para que nadie tenga la
tentación de llevarse un furgón blindado?
¿A Roldán dando consejos a la Guardia Civil para que sea honesta? ¿Y a
Zapatero criticando a Rajoy por no saber salir de la crisis?... Son supuestos
difíciles de aceptar sin una sonrisa, que se admiten cuando se dan trastornos
de la personalidad muy acusados o bajo la tutela del cinismo o la hipocresía,
aunque no es novedoso que los asesinos se sumen
afanosamente a los que buscan a sus víctimas y que en los funerales de
algunas víctimas, los que más lloren
sean precisamente sus verdugos.
Concluye “saturnillo” con una
de sus típicas soflamas. Dice que Aznar sabía que si no distraía al personal
corría el riesgo de que en lugar de hablar de su posible retorno se hablara de
las luces de la boda de su hija… Ya saben, la conexión con el Gürtel y todo
eso. ¿Por qué lo hace él? De momento sigue disfrutando del boato de los coches oficiales
y los funcionarios públicos, pagados por todos los extremeños, pero trabajando
en su fundación privada.
Los trastornos de doble
personalidad e incluso los bipolares son frecuentes en la clase política,
aunque no sea el caso, y la práctica de devorar al hijo es muy frecuente. Entre
las Pinturas Negras de Goya, en el Museo del Prado, se exhibe la terrible imagen
de Saturno engullendo a su hijo, que cuelga sangrando de su boca. ¿Podemos ver
la figura de “aznarsaturno” devorando a
Rajoy? En Extremadura lo tenemos más
fácil y más cercano.
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