La calma del
encinar
LÁNGUIDA
RESIGNACIÓN
Tomás
Martín Tamayo
El indolente Fernando VII, haciendo gala de una claudicación
bochornosa, mostraba su servilismo a Napoleón felicitándolo por cada uno de los
éxitos que alcanzaba sobre los ejércitos
españoles. Napoleón enseñaba las felicitaciones a sus allegados con absoluto
desprecio, justificando con ellas la cobardía del personaje que las remitía y
del que se reían abiertamente. En nuestros días llevamos camino de contemplar
una rendición semejante, pero ahora no hacia una Francia napoleónica y en
expansión, sino con una Cataluña en manos de unos espabilados “separatistas” que
pretenden vender su continuidad en España a un alto precio. Artur Mas está en
manos de ERC, pero aprovecha la debilidad del momento, sabe que el presidente
del Gobierno es un irresoluto, conoce la pasividad “tiquismiquis” de una
Justicia muy politizada, aficionada a ponerse de perfil y sabe de la
acostumbrada indiferencia de un jefe de Estado que bastante tiene con zurcirse
sus propios descosidos.
El gobierno de la Generalitat catalana, aprovechando este momento
de decadencia, como hizo Hasan II con la “marcha verde”, con un Franco postrado
y exhausto, está dando vueltas al torniquete, sabiendo que los mecanismos
constitucionales para impedir su deriva separatista no arrancarán o lo harán a
destiempo y que la única solución que se contempla para frenar semejante
disparate es la de las asimetrías variables, que consisten en nosotros a pagar
y ellos a cobrar. Siempre ha sido así. De todos modos, saben y sabemos que con
asimetrías y sin asimetrías, acabaremos pagando las facturas que nos presenten,
porque es momento propicio para trincones, trileros y funambulitas del
independentismo interesado. La declaración de independencia que en su día votó
el parlamento catalán y que finalmente, con mucha tibieza, ha paralizado el
Tribunal Constitucional, debería ser causa suficiente para disolver una asamblea legislativa que
vota deslealmente contra una Constitución que es su propio su garante
institucional. ¿Qué decir de las banderas independentistas que han sustituido a
la Enseña nacional en algunas dependencias del Ayuntamiento de Barcelona?
Si desde el Estado, o desde el Gobierno, no se ponen en marcha los
resortes legales para frenar con autoridad la deriva, interviniendo la
autonomía e incluso deteniendo a los instigadores que se empecinan a seguir,
con un desafío chulesco a la Constitución y al Estado de Derecho, deberían ser
los propios responsables de la inacción los que respondieran por la
irresponsabilidad en la que incurren. España no es un cachondeo asimétrico y de
poco sirven las florituras verbales de rebeldía de Monago pío, pío, si después,
ante la vicepresidencia del Gobierno, se escenifica un sometimiento sin fisuras.
Gallardón bla, bla, anunció los mecanismos legales e “irrenunciables” para
mantener la unidad de España, pero todo indica que finalmente el método va a
ser el de pasar por ventanilla y pagar para apaciguar la amenaza recurrente,
porque si Zapatero dijo aquello de “aceptaremos el Estatuto que en Cataluña se
decida”, Rajoy lo hace igual pero sin decir nada.
Desde las instituciones catalanas se practica la deslealtad y el
fulanismo, nos venden mucho más de lo que nos compran, con una diferencia de
55.000 millones y, además, con nuestro
dinero pagan campañas -no compreu-,
contra los productos españoles... ¿Quién le pone el cascabel al gato? Desde
luego no la “lánguida resignación” a la
que hacía referencia Aznar en sus explosivas declaraciones de esta misma
semana. Don Tancredo ni está ni se le espera.
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