La calma del encinar
BOFETADAS POR FAVORES
Tomás
Martín Tamayo
En 1925, Jacinto Benavente,
que tres años antes había sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura,
fue a dar una charla a Valladolid y el alcalde de la ciudad, que además era el
presentador del acto, lo previno:
-Don Jacinto, no me extrañaría que le
reventaran su conferencia porque le advierto que hemos detectado que en
Valladolid tiene usted muchos enemigos…
-¿Ah, sí? –Respondió Benavente.
¿Y cómo es posible eso, si en Valladolid yo no he hecho favores a nadie? Lo
habitual es recibir bofetadas por favores, pero no habiendo hecho favores, no
está justificado que me odien. ¡No pasará nada!
La conferencia transcurrió sin
incidentes, tal y como Benavente había previsto, porque, efectivamente, no
mediando favores, no se justificaba ninguna algarabía en contra.
Mucho tiempo después, la fina
sentencia de Benavente permanece vigente y lo normal sigue siendo recibir “bofetadas
por favores”. Gente (más bien gentecilla) a la que has ayudado o con la que te
has volcado para sacarlo de un apuro, se vuelven en un baldosín y en cuatro
días borran su disco duro. Tan duro como la cara que tienen. Ningún problema
moral para pedir todo tipo de favores, sin pestañear por el daño colateral que
puedan causar a terceros, pero, eso sí, sin aceptar el “toma y daca”, porque su
“espartana moralidad” no les permite dar un paso más allá de la estricta
justicia. La de la ley del embudo, claro. Una vez logrado su objetivo vuelven a ponerse
el manto de la solemnidad, seriecitos, se sitúan en otra onda y se alejan como
si fueras un lastre que les impide correr, aunque más que ellos corre el
refrán: “Es mal nacido el que no es agradecido”.
Serviste mientras serviste y
cuando dejas de servir ya no les sirves. Ellos, los mismos que pedían y pedían
porque “los amigos estamos para eso”, toman distancia, se incomunican, se ponen
dignos, maravillosos y exquisitos si tienen que hacer algo por ti, porque ahora “los amigos no estamos para eso”.
Los favores no se exhiben, aunque sobre mi conciencia pesen algunos, de los que
he hecho a lo largo de mi vida, de los que no estoy precisamente orgulloso. Mover
un papel por alguien, interceder, escribir o aliviar una situación comprometida,
va siempre en detrimento de la norma o de un tercero al que hay que penalizar.
Son cosas que se aprenden con la edad y conociendo a sabandijas ingratos que,
cuando tienen la oportunidad de hacer algo para devolver parte de lo recibido,
se ponen de perfil porque se sienten demasiado altos para comprometer su
“estricto sentido de la justicia”. Estos tipos de “moral rigurosa”, tartufos de
medio pelo, suelen clamar después por situaciones de injusticia… Y como comencé
con Benavente, concluyo con él:
A una cena literaria, organizada
para agasajar al premio Nobel por su exitoso “Campo de armiño”, asistieron
varios políticos. Uno de ellos, un diputado pedante y demagogo, levantó la copa
para hacer un brindis, pero acabó incursionándose por la desastrosa situación
económica del momento y concluyó exclamando de forma dramática:
-¿Qué será de nuestros hijos?
Para dar la réplica don
Jacinto levantó también su copa:
-Bueno, bueno, en su caso
concreto, no dramatice su señoría porque me han dicho que sólo tiene un hijo y
lo acaban de nombrar subsecretario de Hacienda.
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