sábado, 25 de mayo de 2013

LÁNGUIDA RESIGNACIÓN


                           La calma del encinar
                           LÁNGUIDA RESIGNACIÓN
                                             Tomás Martín Tamayo
                                                           tomasmartintamayo@gmail.com

El indolente Fernando VII, haciendo gala de una claudicación bochornosa, mostraba su servilismo a Napoleón felicitándolo por cada uno de los éxitos que alcanzaba sobre los  ejércitos españoles. Napoleón enseñaba las felicitaciones a sus allegados con absoluto desprecio, justificando con ellas la cobardía del personaje que las remitía y del que se reían abiertamente. En nuestros días llevamos camino de contemplar una rendición semejante, pero ahora no hacia una Francia napoleónica y en expansión, sino con una Cataluña en manos de unos espabilados “separatistas” que pretenden vender su continuidad en España a un alto precio. Artur Mas está en manos de ERC, pero aprovecha la debilidad del momento, sabe que el presidente del Gobierno es un irresoluto, conoce la pasividad “tiquismiquis” de una Justicia muy politizada, aficionada a ponerse de perfil y sabe de la acostumbrada indiferencia de un jefe de Estado que bastante tiene con zurcirse sus propios descosidos.
 
El gobierno de la Generalitat catalana, aprovechando este momento de decadencia, como hizo Hasan II con la “marcha verde”, con un Franco postrado y exhausto, está dando vueltas al torniquete, sabiendo que los mecanismos constitucionales para impedir su deriva separatista no arrancarán o lo harán a destiempo y que la única solución que se contempla para frenar semejante disparate es la de las asimetrías variables, que consisten en nosotros a pagar y ellos a cobrar. Siempre ha sido así. De todos modos, saben y sabemos que con asimetrías y sin asimetrías, acabaremos pagando las facturas que nos presenten, porque es momento propicio para trincones, trileros y funambulitas del independentismo interesado. La declaración de independencia que en su día votó el parlamento catalán y que finalmente, con mucha tibieza, ha paralizado el Tribunal Constitucional, debería ser causa suficiente  para disolver una asamblea legislativa que vota deslealmente contra una Constitución que es su propio su garante institucional. ¿Qué decir de las banderas independentistas que han sustituido a la Enseña nacional en algunas dependencias del Ayuntamiento de Barcelona?

Si desde el Estado, o desde el Gobierno, no se ponen en marcha los resortes legales para frenar con autoridad la deriva, interviniendo la autonomía e incluso deteniendo a los instigadores que se empecinan a seguir, con un desafío chulesco a la Constitución y al Estado de Derecho, deberían ser los propios responsables de la inacción los que respondieran por la irresponsabilidad en la que incurren. España no es un cachondeo asimétrico y de poco sirven las florituras verbales de rebeldía de Monago pío, pío, si después, ante la vicepresidencia del Gobierno, se escenifica un sometimiento sin fisuras. Gallardón bla, bla, anunció los mecanismos legales e “irrenunciables” para mantener la unidad de España, pero todo indica que finalmente el método va a ser el de pasar por ventanilla y pagar para apaciguar la amenaza recurrente, porque si Zapatero dijo aquello de “aceptaremos el Estatuto que en Cataluña se decida”, Rajoy lo hace igual pero sin decir nada.

Desde las instituciones catalanas se practica la deslealtad y el fulanismo, nos venden mucho más de lo que nos compran, con una diferencia de 55.000 millones  y, además, con nuestro dinero pagan campañas  -no compreu-, contra los productos españoles... ¿Quién le pone el cascabel al gato? Desde luego no la  “lánguida resignación” a la que hacía referencia Aznar en sus explosivas declaraciones de esta misma semana. Don Tancredo ni está ni se le espera.

sábado, 18 de mayo de 2013

BOFETADAS POR FAVORES


                           

La calma del encinar
                            BOFETADAS POR FAVORES
                                                           Tomás Martín Tamayo
                                                           tomasmartintamayo@gmail.com

En 1925, Jacinto Benavente, que tres años antes había sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura, fue a dar una charla a Valladolid y el alcalde de la ciudad, que además era el presentador del acto, lo previno:
 -Don Jacinto, no me extrañaría que le reventaran su conferencia porque le advierto que hemos detectado que en Valladolid tiene usted muchos enemigos…
-¿Ah, sí? –Respondió Benavente. ¿Y cómo es posible eso, si en Valladolid yo no he hecho favores a nadie? Lo habitual es recibir bofetadas por favores, pero no habiendo hecho favores, no está justificado que me odien. ¡No pasará nada!
La conferencia transcurrió sin incidentes, tal y como Benavente había previsto, porque, efectivamente, no mediando favores, no se justificaba ninguna algarabía en contra.

Mucho tiempo después, la fina sentencia de Benavente permanece vigente y lo normal sigue siendo recibir “bofetadas por favores”. Gente (más bien gentecilla) a la que has ayudado o con la que te has volcado para sacarlo de un apuro, se vuelven en un baldosín y en cuatro días borran su disco duro. Tan duro como la cara que tienen. Ningún problema moral para pedir todo tipo de favores, sin pestañear por el daño colateral que puedan causar a terceros, pero, eso sí, sin aceptar el “toma y daca”, porque su “espartana moralidad” no les permite dar un paso más allá de la estricta justicia. La de la ley del embudo, claro.  Una vez logrado su objetivo vuelven a ponerse el manto de la solemnidad, seriecitos, se sitúan en otra onda y se alejan como si fueras un lastre que les impide correr, aunque más que ellos corre el refrán: “Es mal nacido el que no es agradecido”.
 
Serviste mientras serviste y cuando dejas de servir ya no les sirves. Ellos, los mismos que pedían y pedían porque “los amigos estamos para eso”, toman distancia, se incomunican, se ponen dignos, maravillosos y exquisitos si tienen que hacer algo por ti,  porque ahora “los amigos no estamos para eso”. Los favores no se exhiben, aunque sobre mi conciencia pesen algunos, de los que he hecho a lo largo de mi vida, de los que no estoy precisamente orgulloso. Mover un papel por alguien, interceder, escribir o aliviar una situación comprometida, va siempre en detrimento de la norma o de un tercero al que hay que penalizar. Son cosas que se aprenden con la edad y conociendo a sabandijas ingratos que, cuando tienen la oportunidad de hacer algo para devolver parte de lo recibido, se ponen de perfil porque se sienten demasiado altos para comprometer su “estricto sentido de la justicia”. Estos tipos de “moral rigurosa”, tartufos de medio pelo, suelen clamar después por situaciones de injusticia… Y como comencé con Benavente, concluyo con él:

A una cena literaria, organizada para agasajar al premio Nobel por su exitoso “Campo de armiño”, asistieron varios políticos. Uno de ellos, un diputado pedante y demagogo, levantó la copa para hacer un brindis, pero acabó incursionándose por la desastrosa situación económica del momento y concluyó exclamando de forma dramática:
-¿Qué será de nuestros hijos?
Para dar la réplica don Jacinto levantó también su copa:
-Bueno, bueno, en su caso concreto, no dramatice su señoría porque me han dicho que sólo tiene un hijo y lo acaban de nombrar subsecretario de Hacienda.

sábado, 11 de mayo de 2013

IMPUTADÍSIMA


 La calma del encinar
                              IMPUTADÍSIMA
                                               Tomás Martín Tamayo
                                               tomasmartintamayo@gmail.com

Con dos votos a favor y uno en contra, la Audiencia de Palma ha levantado la imputación a la infanta Cristina, haciéndole un elocuente corte de mangas al juez Castro, que ahora deberá concluir el sumario en plan “aterriza como puedas” porque no podrá rellenar los baches que en el sumario llevan el nombre de la infanta.  Pero el juez discrepante de la Audiencia ha hecho público su criterio, sin perderse en sofismas legales y para que todo el mundo pueda verificar que la supuesta igualdad ante la Ley no pasa de las palabras, porque los hechos, como es el caso, demuestran que la Ley es una cosa y la justicia otra bien diferente. Ante la Ley da igual Agamenón que su porquero, pero después llegan los jueces y a Agamenón le ponen alfombras sembradas de pétalos y de su porquero nunca más se supo. Ni el nombre.
 
Según nos dice el juez, el tercero en discordia, resulta que el fiscal que recurrió la decisión, jamás, en toda su larga carrera, se había opuesto una imputación, lo que resulta tan llamativo como sospechoso. Manda “güevs” que se haya estrenado precisamente ahora ¿Y qué pensar de la diligente abogacía del Estado, auto invitándose a la celebración y metiéndose en un patatal que no había pisado jamás? ¿Y el Gobierno, por boca de su ministro de Exteriores, celebrando la buenísima noticia? ¿Y el fiscal General lanzando cohetes de alegría? Finalmente, resulta que los dos jueces que han levantado la imputación, tampoco habían hecho nunca antes algo semejante. ¡Vamos, que se han estrenado todos con este caso! ¿Todos iguales? Que sí, que sí, que por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas. A pesar de las grotescas evidencias, ¿no debemos ser tan maledicientes como para ver en todo esto trato de favor e interés alguno por parte de los poderes públicos? Sí, todos iguales y como diría Marujita Diaz, “chim-pón”.

Lo que no ha conseguido el fiscal, ni la abogacía del Estado, ni los dos jueces de la Audiencia de Palma, es levantar la imputación de la hija del rey en la opinión pública, donde si antes estaba imputada, ahora está imputadísima por lo suyo y por el aparatoso trato de favor recibido.  Veremos en qué acaba este enredo, pero creo que flaco favor le han hecho a la Casa Real con esta demostración empírica sobre una desigualdad que deslegitima y pone en evidencia conceptos básicos de toda democracia medianamente solvente. Si ya chirriaba en la opinión pública la “imputabilidad constitucional del rey”, parece cuanto menos lacerante que ésta se extienda también a su hija, pero supongo que los estrategas habrán elegido la senda menos tortuosa y, entre ver a la infanta en el “banquillo” y liberarla de él, habrán sopesado lo más conveniente para el horno, aunque el horno no esté para bollos.

La infanta participaba, opinaba y se lucraba de los estrafalarios beneficios de unas empresas fantasmas, montadas para defraudar, utilizando en origen a la monarquía y barnizadas con apelativos de ONG, pero resulta que ella, pobrecita, no sabía nada. La situación judicial de la hija del rey y esposa del “cerebro” Urdangarin es muy confusa, porque  su imputación está suspendida, pero no anulada, con lo que es posible que, a pesar de tanto trajín, vuelva a ser imputada “por la comisión de delitos contra la Hacienda pública y por blanqueo de capitales”… No, no, yo no lo creo.  José Mota lo resumiría: “luego después, si eso, ya veremos… ¡que tampoco!”

sábado, 4 de mayo de 2013

CALCETINES AMARILLOS


                            La calma del encinar
                            CALCETINES AMARILLOS
                                                           Tomás Martín Tamayo
                                                           tomasmartintamayo@gmail.com


Yo tengo un billete de 500 euros y aunque es absolutamente legal en su origen y en su manufacturación, lo he sacado a pasear en varias ocasiones, pero no he logrado desprenderme de él porque nadie me lo admite. Es un billete maldito que no sirve ni para llenar el depósito del coche porque en la gasolinera prefieren darte un crédito acelerado de 50 euros antes que hacerse cargo del muermo. Argumento que es un billete de uso legal y me contraargumentan señalándome un cartelito en el que dicen que no admiten billetes de 500 ni de 200 euros. ¿Es legal no admitir billetes legales? Puede que se me esté cimentando un complejo de culpabilidad, pero yo creo que incluso me miran de mala manera, como si al intentar pagar con un billete de 500 euros estuviera haciendo una proposición indecente. No me extrañaría que al salir del establecimiento llamaran enseguida a la policía: “¡Oiga, que acaba de salir un tipo que ha querido pagar con un billete de 500!”.

 Mi billete y yo llevamos tanto tiempo juntos que el día que me lo admitan en algún comercio me despediré de él con un beso. ¿Qué puedo hacer? Como no conozco a nadie que los haya visto e incluso el ministro de Economía asegura que “yo nunca, he visto en mi vida un billete de 500 euros”, por el módico precio de un euro estoy dispuesto a enseñar mi billete y por algo más incluso dejaré que lo toquen y que se fotografíen con él, así es que a partir de ahora no hay disculpa para la ignorancia porque por muy poquito se puede salir de ella. Descubierta ahora la rareza de mi posesión, espero que incluso me inviten, previo pago de su importe, a algún programa de televisión. Ya me lo imagino: “¡Y ahora, señoras y señores, damos paso a un señor que tiene la desvergüenza de poseer un billete de 500!”.

La medida de retirar de la circulación a los billetes de 500 euros para luchar contra la economía sumergida y la corrupción es desternillante porque  ¿qué culpa tienen los billetes de que haya piratas, narcomangantes, bárcenas de todo tipo, hijos de p… de todo color, sinvergüenzas múltiples y profesionales del trinque? Mi abuela decía que el que evita la ocasión evita el peligro, pero ¿no tienen peligro los billetes de 200, 100, 50…?  Pues con cien billetitos de cinco ya tenemos los quinientos. PSOE e IU han propuesto retirarlos y De Guindos respalda la iniciativa que días atrás presentó Rubalcaba como una solución tan lúcida como original para acotar a los corruptos. Inventos del TBO, como aquél de hacer pública la declaración de la renta como garantía de que no se ha mangado ni recibido sobrecito alguno. A IU, a Rubalcaba y a De Guindos yo le regalo otra solución mágica para luchar contra la corrupción: calcetines amarillos. Usando calcetines amarillos se acota el espacio a los corruptos tanto como retirando los billetes de 500 o presentando la declaración del IRPF. Y es menos lioso.

Chorradas, chorradas y chorradas. También decía mi abuela: “Anda hijo, déjalos, que mientras van y vienen se entretienen”. Pues eso.