sábado, 8 de diciembre de 2012

OÍDOS SORDOS



La corrupción se abre camino a codazos y ya ocupa el quinto lugar entre los problemas más acuciantes de los españoles. Casi un 10% la ponen en el primer peldaño, antes incluso que el paro, las dificultades económicas, los políticos y la sanidad. Transparencia Internacional, en la lucha contra la corrupción, sitúa a España incluso por debajo de Qatar o los Emiratos Árabes, igualándola a Chipre y Bostwana y muy alejada de los países de nuestro entorno. ¿Qué está pasando para que la otrora modélica España de la transición haya descendido a estos niveles? Seguro que si se abriera una consulta habría respuestas muy dispares, pero parece evidente que es necesaria la revisión a fondo de un sistema político caduco que la hace posible, pero ni la zorra puede guardar el gallinero ni la clase política puede articular la regeneración de unas estructuras obsoletas que perpetúan a esa misma clase política.

La política de “oídos sordos” está asentada en los partidos políticos, que prefieren sostener un sistema de mando vertical, que les asegure la docilidad de los más próximos, en detrimento de la iniciativa de los más capacitados. Hoy no se valoran ni ideas ni ideales y lo que prima es la docilidad, la parentela, el núcleo mafioso, la “cosa nostra”, la ocurrencia y el estipendio. Por eso optan por el continuismo de un sistema vetusto que sirvió en su día y que hoy se descubre como causa primera del desprestigio de nuestras instituciones. Pero lo que todavía no es más que indignación, una bola de nieve que va creciendo a medida que coge pendiente, concluirá en un alud de consecuencias imprevisibles, porque ya es sintomático que sólo el 37,4% de los españoles muestre su conformidad con una Constitución que ampara el sistema, frente al 51,5% que la rechazan.
 
 Aún peor que la disconformidad con la Constitución, a fin de cuentas un papel modificable, es la insatisfacción sobre la democracia, que es un sistema que tiene como antagonista a la dictadura, la autocracia y el silencio. El 67,5% de los españoles se muestran insatisfechos con nuestra democracia, frente a un 29,6% que la aceptan. En un sistema que prima las mayorías deberían tenerse en cuenta estas tendencias alarmantes, pero ni los gobiernos ni sus partidos están dispuestos a renunciar a sus privilegios, ni a revisar instituciones costosísimas que no sirven absolutamente para nada, salvo para asentar en ellas a gente a la que necesitan ubicar en algún puesto de representación. Tribunales inútiles, instituciones, como el Consejo de Estado, que apenas tienen otra misión que ser “cementerios de elefantes”, el Senado, las mancomunidades… deberían ser revisados porque después de tantos años no se ha encontrado para ellos una función que los justifique. Son los riesgos de haber creado primero el órgano para ir acoplándole funciones después.

No conozco ningún sondeo solvente sobre el criterio que en la España actual se tiene del sistema autonómico, pero parece evidente que cuenta con un rechazo creciente, porque de él emanan muchos de nuestros males y de él han salido las mayores corrupciones. Los peores enemigos del sistema autonómico son muchos  de sus supuestos defensores, los que se enrocan en él para no modificarlo, haciendo “oídos sordos” a una bolita que acabará en avalancha. Ayer nos enteramos de que Mariano Tancredo no quiere modificarlo. Normal. ¿Prefieren seguir ordeñando el sistema hasta que se agote? Esa puede ser otra opción.

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