domingo, 2 de septiembre de 2012

¡QUÉ ARTE!



Escribir para HOY conlleva la obligación de mantener el listón a una altura mínima de interés y calidad, de la que no se puede descender, y la disciplina que impone una cita fija, a la que no se puede faltar. No es fácil. Un poema, sobre todo si es malo, lo puede escribir cualquiera, pero el poeta entra en una dimensión diferente. Dar una opinión aislada también resulta asequible, la dificultad la impone el plazo fijo, adaptándose a las múltiples variables de la actualidad y, lo más difícil, sin perder la coherencia, porque en cada lector hay un crítico con memoria. Yo he publicado en estas páginas más de un millar de artículos (no creo que nadie lo supere en la historia del periódico) pero eso no facilita la tarea, porque cada día tiene su interés y para comentar la actualidad es necesario oírla, verla y leerla de una forma diferente a la que se requiere para informarse.

Pero dicho la anterior, tal vez sea necesario señalar algo tan obvio como que no escribimos por obligación. Esta es una disciplina voluntaria, que requiere el consenso del periódico y del columnista, y que suele resumirse en un sólo artículo no escrito: “el columnista escribe lo que le da la gana y el periódico publica lo que considera oportuno”, aunque en mi caso suele coincidir. Y si existe disenso el periódico decide, porque si no escribimos por obligación, el periódico tampoco está obligado a publicar lo que escribimos. Así de claro y de sencillito, aunque algunos quieran buscar extraños conciliábulos.

¿Compensa semejante tarea que, además, suele estar testimonialmente retribuida?
Cada uno tendrá sus razones, pero a mí me compensa e incluso me siento afortunado porque me pagan, pese a que yo estaría dispuesto a pagar por mantener un espacio en estas páginas. El contacto y la comunicación con los lectores no tienen precio y el reconocimiento que a veces me deparan tampoco.  A mí me abordan en el restaurante, en la gasolinera, en la calle, en la pescadería del híper, me envían correos y cartas, se enfadan, se alegran, me llaman por teléfono. ¡Incluso uno me llamó hijo de p… y vendido, desde un coche! ¿Qué más se puede pedir? Aunque no sea para aplaudir, en el fondo todo es aplauso porque evidencia que mi opinión cuenta y es compartida o criticada. Y esperada.

Además, está la parte lúdica, que me resulta especialmente festiva. Una lectora me dijo: “Sus artículos y los de Tomás Martín Tamayo son los que más me gustan” Yo aproveché: “¿Y cual de los dos le gusta más? Y la señora no lo dudó: “¡Pues yo creo que los suyos!”. Me quedé con las ganas de saber quién era yo y quién Tomás Martín Tamayo. Otro se acercó con cierta complicidad en los ojos: “Ahora mismo he acabado de leer su artículo y me encanta…Usted es Antonio Cid, ¿verdad?”. Un lector eufórico, mientras me daba la mano: “Los domingos lo primero que hago es leerlo” ¡Cómo se lo agradezco! –le dije, pese a que mi artículo sale los sábados. ¡Qué arte!.. Bueno pues,  salvo imponderables, los sábados nos veremos.

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