miércoles, 21 de diciembre de 2011

LA OTRA CARA DEL DEBATE


De cuando en cuando las cámaras se dirigían a Zapatero, que seguía el debate con la misma cara que cuando asistía a las cumbres europeas o a los encuentros internacionales, alelado, ausente, aburrido, sonámbulo, con pinta de no entender nada y el rictus de pasmado. En alguna de las tomas me recordó a Gabino Diego en su genial interpretación de “El rey pasmado” cuando, por fin, consiguió ver en vivo y en directo el trasero desnudo de una señora. Zapatero estaba contando nubes, porque él es intangible y, como la Tierra, también pertenece al viento. Posiblemente sus escasas luces no le dejen ver el abismo que ha abierto a nuestros pies y si su indigencia intelectual es la que refleja su rostro, hasta puede que se vaya con la satisfacción del deber cumplido, a pesar de haber retrasado el reloj más de veinte años. Pobre hombre y pobre país el que se pone en manos de un pobre hombre.

No utilizó Rajoy la famosa frase de “sangre, sudor y lágrimas” de Giuseppe Garibaldi (que después usaron Theodore Roosevelt y Winston Churchill), pero el rosario de propósitos inmediatos que dejó sobre la tribuna bien podía resumirse así. No se alteró, no hizo aspavientos, no se incursionó por el terreno del histrionismo ni enfatizó con la odiosa solemnidad de su predecesor, pero cada punto y aparte era un mazazo al estado de bienestar, porque no va a dejar títere con cabeza para poder zurcir, a la desesperada, los costurones que han ido abriendo durante ocho años de zafarrancho. Mal lo tiene Rajoy y mal lo vamos a tener todos porque tras las alegrías etílicas de las noches de jarana llegan las vomiteras de las resacas. En ellas estamos.

El zapaterismo es historia, pero no hay que pasar página porque todos vamos a pagar, durante años, la lección que no quisimos aprender a tiempo, confiando nuestro pasado, nuestro presente, nuestro futuro a tahúres que pierden incluso con las cartas marcadas, a trileros a los que se les caen los dados huecos. La ruina que esta gente ha quedado es tan descomunal que hasta puede que nos acordemos piadosamente de ellos cuando Rajoy, sin tiempo para anestesias ni contemplaciones, comience a dar vueltas al torniquete con medidas de choque, aplicando una economía de guerra a todos, porque unos pocos quisieron vivir en el país de las maravillas. Y lo peor es que se van con la garantía de una parcela en el edén para, con el riñón bien protegido, dedicarse de por vida al noble arte de contar nubes. Tienen mucha práctica.

El debate fue pobre, de aliño y resignación. La oposición carecía de argumentos y de fuerza para contraponer un modelo diferente, porque todos son conscientes de que no hay caminos alternativos. Rubalcaba, la cara más pétrea del universo político, incluso se permitió el lujo de ser generoso y condescendiente, cooperante y solidario, coincidiendo en diagnósticos y medidas, como si acabara de descender en un paracaídas, incontaminado, y no tuviera nada que ver con la sangría a la que un Rajoy convencido intentaba poner remedio. Lo mejor fue ver a Zapatero levantarse de su asiento.

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