miércoles, 23 de noviembre de 2011

RAJOY, LA ESPERANZA


Me confundí por cuatro escaños, porque vaticiné 190 para el PP, pero acerté en todo lo demás, incluido el grupo parlamentario propio para los compis de ETA. Y desde julio vengo repitiendo que el PSOE, “escaño arriba, escaño abajo, se quedaría en las proximidades de los cien”, pese a que las encuestas señalaban hasta 25 más. ¿Es eso una ruina para los socialistas? Si lo comparan con los 202 que han llegado a tener sí, pero si miran hacia abajo verán que el siguiente, CIU, tira cohetes por tener 16 y que otros agotaron el cava por haber conseguido asomar la cabeza con 1, 2, 3, 5, 11 escaños. Cuando en el PSOE hagan una lectura fría y sosegada de los resultados, se darán cuenta de que el bipartidismo sigue operante y que su suelo electoral es firme y duro como el granito de Quintana. Posiblemente nunca más consigan los 202 diputados de Felipe González, pero difícilmente logren bajar de los 110 porque es imposible que vuelvan a coincidir un espécimen tan desastroso como Zapatero y una situación económica semejante. Zapatero es irrepetible.

Si los socialistas quieren llorar allá ellos, pero el castigo recibido no ha sido proporcional al daño que han hecho, con esos gobiernos de zopencos y zopencas que, a su imagen y semejanza, hemos sufrido durante esta pesadilla del memo solemne que descubrió que la Tierra es del viento. Deben poner velas a todos los santos laicos y aconfesionales, para agradecer a su electorado una fidelidad que ningún otro partido tiene. Y deben, claro, cambiar el disco y desprenderse de las costras paquidérmicas de sus antiguallas. Con 110 diputados, a 76 del PP, pero a 99 de IU, el tercero de ámbito nacional, tienen mucha cuerda para recuperar lo perdido, porque está claro que el electorado socialista es bastante mejor que el partido.

Rajoy, que tiene experiencia capacidad y solvencia para arreglar los pufos de Zapatero, ha ganado las elecciones sin perder la compostura, sin creerse un emisario de la divinidad, sin hacer payasadas y sin disfrazarse de nada. Tampoco se dejó deslumbrar como un pardillo por oportunistas de ocasión y vendedores de corbata. Supo estar a las duras, cuestionado incluso dentro del Partido Popular, y en la noche del pasado domingo, demostró el temple de los saben que el viento de la política barre a los supermanes de cartón-piedra. Además, enfatizó su reconocimiento a los que de verdad le ayudaron durante años, a los que trabajaron marcándole rutas, lo asesoraron, argumentaron sus intervenciones y estuvieron a su lado incluso desde la leal discrepancia. Eso evidencia inteligencia y que es un bien nacido. Porque es agradecido.

Rajoy, un hombre tranquilo, no tiene nada que ver con el patanismo, el matonismo, la soberbia, la chulería y el engolamiento fatuo de los que, por haber tenido la fortuna de estar en el lugar oportuno en el momento oportuno, consideran que deben ser entronizados en el olimpo de los dioses. Los mequetrefes sólo pueden hacer políticas mequetrefes. Como tampoco es un vividor de la política, no ha tenido necesidad de abrirse camino a codazos. Ojala cunda el ejemplo.


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