miércoles, 14 de septiembre de 2011

SUPRESION DE LA MAMANDURRIA


Mañana se debate en la Asamblea de Extremadura una iniciativa de Izquierda Unida, abogando por la supresión del mal llamado “Estatuto de los Ex presidentes”. Una ley aprobada por PSOE y PP, (con alguna excepción puntual), que en su materialización no es sino una vergonzante sinecura para Rodríguez Ibarra, hasta ahora su titular exclusivo, ya que Fernández Vara no parece dispuesto a subirse a semejante tren. Es de suponer que el PP la vote favorablemente, porque la situación económica no es la misma, porque no es justificable semejante gasto, a cambio de nada y porque para Monago no es ningún problema decir hoy una cosa y mañana la contraría. Hasta puede que el PSOE se abstenga, porque algunos nudos se han deshecho en las filas y las filias socialistas y cada vez son menos los partidarios de mantener semejante estupidez para que Ibarra pueda seguir pisando alfombra y alimentando su costoso ego faraónico.

La oficinita, humilde como su titular, ha llegado a tener ocho escoltas, cinco funcionarios para su exclusivo servicio, seis automóviles y unas dependencias costosísimas, equipadas con tecnología puntera, móviles y muebles de diseño. No tenía establecido límite alguno e Ibarra podía pasar, y pasaba, los gastos más dispares, desde hoteles, obsequios, flores o periódicos. La idea primigenia de dotar de una asistencia mínima a los ex presidentes no parecía ningún disparate y en otras comunidades se cedió algún despacho al ex para que pudiera atender el rescoldo de sus obligaciones institucionales, pero aquí fuimos a lo grande y el ex presidente no ha podido argumentar en su defensa ni un solo servicio a Extremadura, con la excepción de haber recibido a tres personas en ella. ¿A qué se han dedicado? El jefe a romper cristales.

La verdad es que Ibarra nos sorprendió incluso a los más críticos, que no imaginábamos que pudiera aceptar y disfrutar de semejantes disparates, a costa de una Extremadura pobre como la que había dejado y con una creciente espiral de parados. Pues tan contento, ahí seguía él, cuatro años después, hasta que los medios de comunicación le sacaron los colores, al airear fotografías y facturas. Aquella Ley se aprobó en un momento en el que parecía que el presupuesto era inagotable y que Extremadura podía despilfarrar millón y medio de euros para que Ibarra no se diera cuenta de que ser ex es un mero recordatorio del pasado, que no puede garantizarle de por vida las canonjías del poder que había perdido, pero él seguía sigilosamente aferrado a esa teta y ni la Mesa de la Asamblea de Extremadura, que era la pagana final, conocía lo que suponía la misteriosa oficina.

Yo, que he sido diputado independiente del Grupo Popular durante dos legislaturas, he roto la disciplina de voto en dos ocasiones excepcionales. La primera, esta trágala vergonzosa del Estatuto de los Expresidentes y la segunda el aberrante cambio sobre la Ley del Suelo, para torcer precipitadamente el brazo a una sentencia judicial en Valdecañas. Las dos aprobadas por PSOE y PP. La primera va a caer y la segunda caerá. De nada.

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