sábado, 19 de marzo de 2011

AMEN


En el museo de Versalles conservan la carta, fechada el 22 de octubre de 1.843, que el sociólogo Alexis de Tocqueville envió al escritor Arthur de Gobineau. Analizaba el escaso bagaje intelectual de sus mandatarios, pero su descripción, por intemporal, parece un vaticinio futurista. Dice: “La desgracia de tener un dirigente infantiloide y simple, sin base, optimista, ególatra y resentido, es que los que le rodean, aunque sean más inteligentes y de espíritus más penetrantes, sabedores de que para medrar hay que plegarse, le hacen creer que es listo. Y como es tonto se lo cree. Lo peor del tonto que goza de memoria para elaborar un discurso vacío, es que puede engañar con sus buenas maneras, pero como no sabe sacar conclusiones, todo en él acaba en fragilidad e improvisación y en cuanto ve la mínima luz cree saberlo todo. Así como el avaro siempre anda escaso, los que rodean al idiota acaban volviéndose escasos de juicio”. Amen
Arthur de Gobineau le respondió el 21 de diciembre del mismo año: “La tragedia de los pueblos se escribe con tinta de deslealtad a cualquier principio ético o moral. El drama de nuestro tiempo no está sólo en la inconsistencia de los que nos dirigen, porque el pueblo es el que los alienta y los guía. Ellos son parte de ese pueblo. La peor ceguera es la moral y los pueblos que la sufren tienen que redimirse con sacrificios y sufrimientos. El idiota puede presentar la atenuante de su mal, pero los que lo rodean tienen el agravante de la malicia, la inmoralidad y la cobardía. Peor que el tonto que dirige a la manada, son los que lo rodean y la manada, que elije a un tonto para que la dirija”. Amen.
Después de estos años de pesadilla, en los que España parece estar en manos de sus peores enemigos, muchos de los que los alientan y sostienen con su servilismo y su relativismo moral, intentarán situarse en las antípodas para no verse contaminados. Pero en ellos hay mayor culpa que en el iluminado que, a golpe de cincel, ha derruido en unos pocos años el edificio de convivencia, armonía y progreso que se había levantado con el esfuerzo, la renuncia y la generosidad de todos. La transición no fue fortuita ni resultó gratis. En ella se dieron cita los mejores propósitos y los mayores patriotismos. En aquel momento España tuvo, desde todas las orillas, la clase política que necesitaba y la decisión colectiva de superar el pasado y afrontar el futuro sin revanchismo. El revisionismo esperpéntico que ha llegado después, la ruina moral y el desastre económico que han arrasado España, nos son más que las consecuencias de haber seguido, como ratones, a un flautista loco y sin armonía. Era la bomba fétida, de efecto retardado, que no explotó el 11-M, pero que lleva siete años liberando su aroma. Como escribió Gobineau, “el idiota puede presentar la atenuante de su mal, pero los que lo rodean tienen el agravante de la malicia, la inmoralidad y la cobardía”. Amen.

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