jueves, 12 de agosto de 2010

¿A QUÉ VINO LA OBAMA?


¿A qué vino Michelle Obama? La prensa norteamericana, en medio de una crítica generalizada por el dispendio, dice que a pagar una deuda electoral de su marido. Su extraño e inexplicable viaje da pábulo a cualquier disparate y este del compromiso electoral puede ser uno más. Parece que alguien, con intereses económicos en la zona malagueña, se hizo cargo de muchas facturas de la campaña electoral del hoy presidente de los Estados Unidos y que, como compensación, el matrimonio presidencial aceptó hacer un viaje promocional a ese rincón tan necesitado de alguna noticia positiva, después de tantos años de vergüenza propia y ajena. ¿Tiene esto algún sentido? Lo que no tiene sentido alguno es pretender vendernos que la señora Obama tenía unos días libres en su agenda y se acordó de España, de Marbella, de Granada, de Ronda y de la Porrona para improvisar sus vacaciones.

Lo de esta señora ha sido cualquier cosa menos unas vacaciones, porque la agenda de esos cuatro días apenas le ha dejado tiempo para degustar un salmorejo y todas sus idas y venidas han estado programadas, con redobles de tambor y trompetería, para resaltar el atractivo turístico de un hotel hasta ahora desconocido, el barrio antiguo de Marbella, una playa acotada y acatetada con centenares de curiosos, que miraban a la niña como si tomara la curva de la Estafeta en los sanfermines, un paseillo por el albero de la plaza de toros de Ronda y la Alhambra, además de hacerse una foto junto a los reyes de España. ¿Y las vacaciones? En el bar “El campeón”, de mi amigo Jose, tienen colgado un cartel: “El que vino y no bebió vino, ¿a qué coño vino?” Pues eso: ¿a qué vino la señora Obama, si vino y no bebió ni vino? ¿Han sido unas vacaciones, unos días de descanso para coger fuerzas? ¿Qué hace la Obama cuando no está de vacaciones?

El despliegue mediático, incluido doce vehículos en ristra, y el bochornoso cartel de “ Welcome Obama Family” al paso de la comitiva, no lo habría superado ni Berlanga y la pena es que Pepe Isbert no estuviera en una balconada de la plaza de Ronda para endosarle su discurso de bienvenida. Todo ha sido un disparate, algo que parecía obedecer a la programación de un experimento sociológico para medir la distancia entre el ayer de una España franquista, pueblerina y azul y el hoy de una España supuestamente democrática, universal y multicolor. Lástima no conocer la carcajeante conversación entre la señora Obama y el rebautizado “Mojama” en las cuevas de Sacromonte, mientras ella y la niña le cuentan al papi los avatares del día. Todo un argumento para Manuel Martínez Mediero.

¿A qué vino Michelle Obama? Cerca del 80% de los norteamericanos no saben dónde está España y resulta difícil aceptar que esa señora conociera la existencia de Marbella y diera su “sí quiero” para pasar tan atípicas vacaciones. ¿Ha cruzado dos veces el charco, con una escolta de sesenta y ocho personas, para comprar unas bisuterías, beber de un porrón y palmear un poco el baile de la Porrona? Como diría Agapito Gómez Villa: ¡Vamos, anda!

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