viernes, 11 de junio de 2010

EL GRAN DEBATE


Dos no dialogan si uno no quiere y, está claro, eso es lo que ocurrió en Extremadura durante los veinticinco años en los que la prepotencia, la soberbia, la egolatría y la estupidez fueron moneda de uso común. Ibarra fue un acomplejado vestido de suficiente, que necesitaba aislarse para ocultar sus carencias, porque lo suyo era romper cristales y encastillarse, rodeado de aduladores que le bailaban el agua a cada una de sus ocurrencias. Dialogar con él resultaba una pretensión inútil, porque los autócratas no escuchan ni permiten que el interlocutor opine. Se pasó veinticinco años haciendo listas de buenos y malos, persiguiendo sombras y mirándose al espejo, -“espejito, espejito, ¿hay alguno más listo que yo?”- y entre ocurrencia y ocurrencia, malgastó el maná del desierto que, a espuertas, llegaba desde Europa. Tuvo tanto que, efectivamente, pudo poner a Extremadura en el mapa de España, pero se conformó con ponerse él. Daba igual que en la oposición estuviera el santo Job o san Cirilo, porque él sentenciaba a todo el que no le hiciera la ola, ni se prestara a servirle de alfombra.

Por aquellos veinticinco años de aislamiento, causa tanta sorpresa que, pese a las diferencias, Monago y Vara puedan dialogar y concretar acuerdos muy beneficiosos para Extremadura. Esta semana, durante el debate anual sobre “el estado de Extremadura” se han visualizado dos maneras diferentes de verla, pero dispuestas ambas a ser complementarias, porque las sociedades avanzadas procuran sumar y aunar fuerzas y esfuerzos en favor de lo esencial. El berrinche permanente es recurso de incapaces y el Gobierno y la oposición tienen que saber escuchar, ceder, acordar y respetar. Vara y Monago no suben a la tribuna para regalarse caramelos ni embadurnarse de nata, pero respetan las reglas del juego parlamentario y son capaces de achicar las distancias si el acuerdo lo exige. ¿A quién perjudica esto? Hay que ser comprensivos con Francisco Fuente, porque fuera de la confrontación no tiene discurso y, después de treinta años cantando la misma yenka, tiene muy duro el reciclaje. ¡Ay, que pasadita esta la criatura!

Para todos, fue un debate enriquecedor porque, aunque se expusieron los temas con la rotundidad de un mandoble, no faltaron acuerdos y se aprobaron por unanimidad la mayor parte de las propuestas de ambos grupos. Monago, crecido por las encuestas, tuvo su día de gloria frente a un Vara achicado, con un discurso roto, sin hilo conductor, mal argumentado y peor leído. La primera intervención de Fernández Vara pasará a la historia del parlamentarismo extremeño como la más soporífera, tanto que incluso un miembro del Gobierno y un diputado socialista se entregaron al sopor de la siesta. Al día siguiente se creció y demostró recursos dialécticos, cintura parlamentaria y un pico de mala leche, pero ya era tarde y Monago siguió a su trote, sabiéndose vencedor desde la tarde anterior, en la que Vara clavó balones en la red de su propia meta.

Para mí, además de los dos protagonistas, hubo un tercero, el anfitrión, el presidente de la Asamblea, que supo dirigir, mandar y templar sin que se le viera.

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