jueves, 20 de agosto de 2009

¡OH, QUE SORPRESA


Un mocito de dieciséis años, que no sabía nada de toros ni de encierros, se pone delante de un morlaco de 560 kilos, le hace bailes de cintura y aspavientos con los brazos, pero el animal se muestra perezoso y no arranca. El muchachito se siente ninguneado por el toro, se cabrea y con los pies le arroja arena en plena cara. El toro arranca, lo coge desprevenido, tropieza y antes de que pueda levantarse del suelo recibe un cornalón cargado de muerte. Se libra, porque se libra. Entrevistan a la madre, que declara entre sollozos que “nunca pensamos que eso le podría ocurrir a mi niño”. Alguien debería decirle a esa madre que su nene compró todas las papeletas de la rifa.

Al día siguiente otro joven, también de dieciséis años, de Cabanillas (Navarra), participa en un encierro y a cuerpo gentil tapona el paso de los toros. La criatura debió pensar que los que tenían que cambiar de trayectoria eran los animales, que hacían el recorrido al galope y asustados. No se sabe cómo ni por qué, los toros se separan a su altura, pero un manso de 700 kilos, que venía cegado por los que lo precedían pasa por encima del muchacho y de un testarazo lo mata. ¡Qué sorpresa, qué cosa tan inesperada, qué dolor! Los familiares no pueden dar crédito a lo ocurrido, están desolados y no encuentran consuelo. Los organizadores del encierro hablan de una suerte fatal. Oyéndolos uno puede llegar a la conclusión de que el muchacho iba tranquilamente por la calle y el morlaco le cayó del cielo. ¿Sorpresa, sorpresa? Vale.

El mismo día, nos machacan con otra desgracia. Un hombre ha sufrido el ataque de un perro que, de una dentellada certera, le ha segado la arteria femoral, en Torrellano (Elche). Murió desangrado, antes de llegar al hospital. ¿Sorpresa también? Resulta que el perro, más bien perrazo, con 50 kilos de peso, catalogado entre las especies más peligrosas, utilizados para atacar al enemigo, y muy habilidoso en la lucha con otros perros, había mostrado inestabilidad desde cachorro y el propietario decidió desprenderse de el, regalándolo un mes antes del ataque mortal. El perro fue encerrado en un desguace y estaba aún más irritado por el cambio de hábitat. La víctima apenas lo había tratado y, según los expertos, debió hacer algún gesto que al perro le resultó amenazador y respondió con normalidad, defendiéndose y buscando en la defensa la parte más frágil de su antagonista: la femoral. ¿Sorpresa, sorpresa? En todos los catálogos de especies peligrosas, el “okita luse” figura en un lugar privilegiado porque es un animal de apariencia pacífica, pero que sufre cambios repentinos y se hace imprevisible su conducta.

Ayer, se produjo otra fatal sorpresa. Unos amigos fueron al río, cargados de barbacoa y chuletones en abundancia. De bebidas nada se dice. Acabaron de comer opíparamente y uno de ellos, que no sabía nadar, se va hacia la orilla porque tenía mucho calor. Se quitó los zapatos, debió resbalarse, cayó en una poceta y se ahogó. Los otros tampoco podían creerse lo ocurrido, les parecía imposible. Vale.

Algún día acabaremos sorprendiéndonos de que alguien se electrocuta metiendo los dedos en un enchufe. ¿También es mala suerte rociarse de gasolina y arrimarse una tea? Vale

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