jueves, 30 de julio de 2009

PURO TEATRO


No voy a referirme al teatro-bufo, montado por Esperanza Aguirre, con motivo del cumpleaños de Rubalcaba…. ¡Jo, que bochorno! Voy con el Teatro Romano de Mérida, que es la joya de la corona. Es una suerte que no sabemos aprovechar los extremeños, capaces de desplazarnos a Valencia, a un concierto de despedida de Héroes del Silencio, a Barcelona para acompañar a Bruce Springsteen o Madrid para admirar las cabriolas del Circo del Sol, pero nos mostramos perezosos - por no escribir displicentes- para desplazarnos hasta Mérida y deleitarnos con el mayor espectáculo veraniego de España y uno de los más prestigiosos de Europa. En el Teatro Romano lucen incluso las bombillas fundidas, que haberlas haylas, pese a los esfuerzos y desvelos de Francisco Suárez, posiblemente el mejor director del Festival en sus setenta y cinco años de historia.

Es más difícil llenar el escenario que el aforo del Teatro y son muchos los que con el paso del tiempo siguen recordando el miedo escénico y la delectación estética que les produjo enfrentarse a semejante reto, porque en esa plaza monumental de la escena, son pocos los que logran dar la vuelta al ruedo. La capacidad histriónica de Rafael Álvarez, “El Brujo” o de Pepe Sancho, no suele prodigarse y son más los que se achican que los que se crecen bajo las columnas de ese escenario. Rostropovich, acostumbrado a loa mayores y mejores escenarios del mundo, señalaba en una entrevista la emoción que le produjo la primera vez que visitó el Teatro Romano de Mérida… ¿Por qué nos mostramos tan perezosos e indiferentes los extremeños? Es lo de siempre, valoramos y magnificamos lo de fuera, pero somos incapaces de levantar la vista para ver y disfrutar de lo nuestro. Aunque lo nuestro sea superior.

El problema es que lo tenemos ahí mismo, es nuestro, está al alcance de la mano y ofrece una programación esmerada, pero, como tantas cosas de Extremadura, tiene el inconveniente de estar a este lado de Miravete y parece que es más fácil recorrer mil kilómetros para deleitarnos con ocurrencias culturales, que mirar de frente una realidad que suele superar mediocridades. ¿Falla la promoción interna? Alguno de sus responsables debería dedicar menos tiempo al peloteo político, con tantos guiños de complacencia para besar pies y manos.

Este año hemos contemplado el patinazo de Alberto Sanjuán, destrozando el personaje de Tito Andrónico, sin enterarse de qué iba todo aquello y recitando el texto con el soniquete de un parvulario. El año pasado ocurrió algo parecido con Ernesto Alterio, que desmembró a Edipo. Sanjuán se apagó en lo más encendido del texto de Shakespear. Son cosas que ocurren porque el Teatro es mucho teatro y el escenario mucho escenario, aunque el público sea especialmente agradecido y complaciente. De Mérida no se va nadie sin su ración de aplausos, aunque algunos son peores actores que Esperanza Aguirre, que ya es gana.

Pero para compensar, llegó Fedra, El Brujo y, sobre todo, “Diana y Acteón”, de Corella Ballet, que supo ocupar el escenario, exprimiendo los recursos que ofrece y descubriéndonos un abanico de posibilidades que desconocíamos. Fue una noche memorable y fue en Mérida, en nuestro Teatro. Y todavía nos espera “Los gemelos” de Plauto, Edipo, de Sófocles y Medea, de Eurípides. Nadie, en ninguna parte, da más.

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