viernes, 15 de mayo de 2009

NADA POR AQUÍ, NADA POR ALLÁ

Voy a intentar decirlo desde el principio, en castúo y sin faltar: Yo creo que Zapatero está pirao. En su favor y contra el criterio generalizado de los comentaristas políticos, no creo que sea un histriónico ni un actor de teatro callejero. Discrepo de la retahíla coincidente de toda la oposición, que lo catalogó de desinformado y alejado de la realidad. No me sumo a la voz de la calle, que durante todo el día sostuvo que Zapatero se cachondea de España. Y contra lo que dijo machaconamente Rajoy, tampoco creo que sea un mentiroso. Yo creo sinceramente que este señor no está bien y que su familia, sus amigos o su partido, deberían llevarlo a una ITV para que le hagan una revisión a fondo del desgaste de las piezas del cacumen.

Me senté ante el televisor y estuve muy atento a todo lo que Zapatero decía, pero sobre todo, estuve muy atento a cómo lo decía. Y su mirada lo delata. Sus ojos perdidos en un abismo interior sin fondo, lo delatan. Su expresión profética de predicador que tiene la salvación en sus manos, lo delata. El tono mesiánico lo delata. Sus brazos al viento, pretendiendo ocupar todo el espacio, lo delatan. Sus manos que enfatizan y subrayan su verbo iluminado lo delata. Y todo el conjunto, mirada, ojos, expresión, y tono, era como una gráfica, una de esas alarmas que saltan solas en el monitor de un hospital y que después de repuntes acelerados, concluyen en un pitido continuo que indican “electroencefalógrafo plano”.

Doy mi palabra de honor de que no lo digo para ofender y que en esta apreciación no entra interés político alguno. Creo sinceramente que Zapatero está pidiendo ayuda a grito pelado y que sostenerlo en estas circunstancias es un peligro para él, para su entorno y para España. No está ciego, es que no ve. No es un mentiroso, es que tiene deformada la realidad y, salvando las distancias, como Don Quijote, confunde a los molinos de viento con sus propios fantasmas interiores. No representa ni escenifica, es que es así y cuenta las cosas que ve y como él las ve. No pretende deformar la realidad y presentar un mundo idílico de “optimista antropológico”, es que en su mundo la realidad está supeditada a los sueños y los sueños a la necesidad.

No me harán caso, claro, porque al poder hay que ordeñarlo hasta que de la ubre salga más sangre que leche, pero deberían tener un poco de piedad y antes de que el problema no tenga retroceso, tomar alguna medida para apartar del cuadro de mandos a un conductor que confunde caminos con autopistas, que no ve curvas, que conduce mirando hacia atrás, que no atiende las señales de peligro, que no para cuando se lo indican, que pone la música alta para que no se oiga el chirriar de los neumáticos, que ignora el precipicio, que suelta el volante para aplaudirse y que en lugar de frenar acelera.

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