sábado, 3 de febrero de 2007

Para Ibarra todo vale


Está acostumbrado a que un séquito de correveidiles, pelotas y alfombrillas pulan sus bobadas y cuando estos se quedan sin barniz ni brochas, monta en cólera y clama a los dioses para que acudan presurosos a deshacer sus entuertos. Para Ibarra todo vale y es capaz de difamar, (lo ha hecho muchas veces, desde la tribuna parlamentaria) a cualquiera que se le ponga a tiro; es capaz de mentir (lo hace todo el rato), de amenazar, de vender y de comprar, porque, al final, las mayorías de las que ha gozado durante veinticinco años no las ha usado para gestionar más y mejor, pero las ha utilizado en beneficio de su egolatría, con el oficio de un dictador bananero.

Tiene ya un pié en el estribo para apearse y está cercana su estación término, pero ni así corrige su deambular y como un funambulista borracho sigue bramando contra cielo y tierra y contra el que osa ponerlo en evidencia, sea el ministro de Defensa, la ministra de Medio Ambiente, jueces, fiscales o soldados sin graduación. El pobre hombre tiene embotado el cacúmen con tanto poderío mal usado y es de los que se miran al espejo como la madrastra de Blancanieves: “Espejito, espejito, ¿hay alguien más inteligente, valiente, oportuno, sabio, hermoso y capacitado que yo?” El espejito lo ve y se descojona de risa, como nos ocurre a todos los que sabemos que debajo de tanta soberbia no hay más que un pobre monigote acomplejado.

Ahora se pelea con Cristina Narbona, porque la ministra no se presta a escribir a su dictado y arremete contra el ministro de Defensa porque no le pone la escuela europea de pilotos que un día se inventó. Como para Ibarra todo vale, porque hace muchos años que pedió el pudor y la vergüenza, un día salió a la tribuna para anunciarnos unos de sus grandes logros, la escuela europea de pilotos (todo con minúsculas, por favor) y así logró otra de sus asonadas mediáticas, porque en los medios también tiene mucho perrito domesticado que mueven la cola con cualquiera de sus paridas y pensando que les va a tirar un hueso. ¡Qué éxito el suyo, que satisfacción, haber engañado, otra vez, a casi todo el mundo! No conforme con mentir, inventar y vender musarañas, encima va el buen señor y quiere ajustar la verdad a sus mentiras. Hay gente que mucho antes de llegar a esta estación, ya está en el diván de un siquiatra.

Pero los inventos de Ibarra, como aquel de expropiar fincas a las duquesas, la habitación por enfermo, la sociedad de la imaginación, las becas para escritores, el hotel de la risa, sus conocimientos del Gal o sus conversaciones con Rato, se oxidan con el tiempo y con la escuela de pilotos no iba a ser diferente. Desde el ministerio le dicen que no, que se trata de unas obras de mejora y ampliación y él se siente ofendido, porque después de hacerse la foto en la cabina de un avión, creía que lo de la escuela que se inventó era pan comido.

Lo dicho, que se va, pero que hasta el último día estará vendiendo arena en el desierto. Para Ibarra todo vale, pero cuando lleve media hora fuera del poder, se percatará de que el espejito mágico lo abandona. A Ibarra lo abandonará hasta el desodorante y la culpa, claro, será del desodorante. ¡Pobre hombre, comienza a darme pena!

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