martes, 30 de enero de 2007

Madre - Abuela



Decía Albert Eisntein que “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio” y para mí que es lo que está ocurriendo con la madre-abuela, la gaditana Carmen Bousada, porque a sus 67 años tuvo y mantuvo la ilusión de ser madre. Todos los comentarios que he oído han sido despectivos, porque “mintió como una bellaca”y, de forma inmisericorde, se cae con ella en el juego de las comparaciones risibles, porque cuando los niños apunten pelusilla en el bigote la madre andará por los 80 y cuando los niños se inicien en el flirteo, la buena señora se desplazará con andaderas. Para alentar el “escándalo”, los llamados expertos se han tirado a su yugular, vaticinando problemas mayúsculos para las dos criaturas, porque, según afirman, cuando comiencen realmente su andadura por la vida, van a tener más abuela que madre, van a tener una carga añadida y van a soportar no pocas burlas, por el incalificable pecado de tener una madre tan anciana…

Bueno ¿y qué? En España hay más de cien mil niños cuidados y educados exclusivamente por sus abuelas y todo lo que se oyen son bendiciones para ellas. Son niños que están creciendo al margen de sus padres, a los que, en muchos casos, afortunadamente, ni ven, un huelen, ni oyen y no parece que de esa dependencia abuela-filial se hayan desprendido perversiones especiales para los nietos. A todos los efectos, prescindiendo del parto, han sido sus madres. Los han guiado, los han educado, los han vestido, han esperado en la puerta del colegio y, como madres, han asistido a las reuniones de padres. Los que andan con estos remilgos, en algunos casos tan ampulosos como poco reflexivos, deberían darse una vuelta por la puerta de cualquier colegio e indagar un poco en el qué y el por qué de todos esos niños que vuelven cogidos de la mano de sus abuelos. Muchos de ellos se encontrarán horas más tarde con sus padres, pero otros, no pocos, están por ley bajo la custodia de sus abuelos que, sin dejar de serlo, a efectos prácticos también son sus padres. ¿Se puede ser abuela y madre, pero no se puede ser madre y abuela?

No es asunto para los anales de la historia que un juez, después de informarse y sopesar sobre lo que interesa a un niño, lo erradique de sus padres biológicos, lo saque de un centro de acogida y lo entregue a sus abuelos, depositando en ellos todas las responsabilidades de los padres. Y eso está bien visto. Y nadie se ríe. Y nadie cae en lo políticamente incorrecto de demonizar una situación que se ve natural y conveniente. En esos casos, nadie se aventura a echar cuentas para reseñar la diferencia abismal de los años, pero cuando se producen situaciones que rompen esquemas y machacan prejuicios, es fácil apostatar, demonizar, ridiculizar e incluso clamar a los cielos contra el que ha osado ponernos ante una realidad que no habíamos previsto.

A Carmela Bousada, a sus 67 años, no le han caído dos nietos provenientes de desaguisados familiares. Ella ha querido ser madre y no ha perturbado ningún orden social para lograrlo. Ha querido ser madre, lo ha buscado con afán y lo ha hecho con la decisión de alguien que conserva ilusiones y capacidad. Vendió lo que tenía para sufragarse la fecundación, se trasladó a Los Ángeles y soportó el embarazo con firmeza y entereza. Los médicos que la atendieron aseguran que nunca vieron en ella flaqueza, vacilación o decrepitud… ¿Dónde radica su pecado?¿Dónde está el motivo para tanta carcajada?


¿Hay más responsabilidad en la decisión de una niña de once años o doce años , que queda embarazada en el imponderable de un festorro o tras la relación furtiva con un noviete de ocasión? En esos casos todos nos enternecemos y vemos en la madre a una heroína que paga en solitario un desliz compartido. ¡Que tierno, qué romántico, qué dulce, qué imagen tan idílica la de una niña amamantando a su muñeca y qué chocante y antiestético lo de esta madre, vieja y arrugada, con sus dos bebés en el regazo!

A fin de cuentas, parece que lo que no se le perdona a Carmela Bousada es que tenga más arrugas en la cara que en su corazón. En su corazón de madre.

No hay comentarios: