sábado, 2 de diciembre de 2006

Muere el cerdo de George Cloony


Prensa, radio y televisión se han hecho eco internacional de la tristísima noticia del deceso de Max, el cerdo de 130 kilos, que ha compartido la vida de George Clooney durante los últimos 18 años. La noticia, servida en forma de exclusiva para la revista estadounidense “People”, ha dado la vuelta al mundo y llenado de dolor a los habitantes de Las Colinas de Hollywood, que con evidente actitud de duelo visitaban la casa del inconsolable Clooney, mientras decenas de cámaras de televisión, apostadas en las inmediaciones desde primeras horas de la mañana, retransmitían el luctuoso suceso, entrando en directo en los informativos.

George Clooney, de promoción de su última película, “The Good German”, no estaba en la residencia que compartía con Max, aunque lo suspendió todo para poder asistir al sepelio y se lamentó de no haberlo acompañado en esos últimos momentos, aunque se sabía que, por su avanzada edad, el cerdo tenía los meses contados. De todos modos el actor puede tener su conciencia tranquila porque a Max no le ha faltado de nada durante su dilatada existencia. Contaba con un servicio especializado que lo atendía permanentemente, veterinario de cabecera e incluso un dietista que, en los últimos días, había comunicado al actor que podía ocurrir lo peor porque Max había perdido el apetito y tenía la mirada vidriosa. Después del sepelio, un periodista impertinente preguntó al astro por la posibilidad de sustituir a Max por otro cerdo joven, lo que provocó la ira de los que lo acompañaban. “¿Pero cómo puede preguntarme eso en este preciso momento?”, respondió Clooney, visiblemente destrozado.

Los residentes de las exquisitas “Lomas de Hollywood” estaban acostumbrados a ver a Max y a su servidumbre, empeñada en evitar que el cerdo olisqueara todo lo que encontraba en su camino, dando largos paseos por la zona y todos, sin excepción, se mostraban ante las cámaras apesadumbrados porque se trataba de un vecino más, bueno y atento, aunque un poco despistado porque siempre gruñía el mismo “oingg, oingg” a todo el que se encontraba en su camino. Max era el único animal que podía entrar en los restaurantes del lugar y salvo en una ocasión, en la que se orinó en los pies de una señora y otra en la que defecó durante un brindis, todos reconocen que su comportamiento era exquisito y que apenas se diferenciaba de los demás comensales de la zona. Para consuelo de Clooney y de los habitantes de Las Lomas de Hollywood, el veterinario de cabecera ha asegurado que Max murió tranquilo, satisfecho, sedado y sin dolor alguno, aunque en la proximidad de la muerte se limitó a gruñir un enigmático “oingg”, muy apagado, que ahora están intentando descifrar, por si se trata de su última voluntad.

De todos modos, como no hay mal que por bien no venga, la muerte de Max ha abierto muchas expectativas, porque a Clooney no le faltan candidatas para cubrir el enorme vacío que el cerdo le ha dejado. A él y a toda la humanidad, descanse en paz.

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