jueves, 10 de marzo de 2005

Pasar a la Historia


Mal que me pese, comienzo a no descartar la idea de que Ibarra pase al manual de la historia política de España, y desde luego de Extremadura, como el gobernante que durante más tiempo engañó a su pueblo. Siguiendo la secuencia de sus ocurrencias, es como mejor se detecta la carencia de escrúpulos, la vileza y la falta de pudor de este estadista de tienda cien, capaz de engañar a la anciana que vende cerillas en la puerta del cine. La diferencia entre Ibarra y casi todos los demás, incluidos los más inmorales, es que él no tiene límites ni frenos y puede, con engaños, imperturbable, arrebatarle el bocadillo a cualquier niño en el patio del colegio. Ibarra miente, miente y miente. Y miente tanto que yo creo que se siente incómodo si, en un descuido, se le escapa alguna verdad.

Además es un pobre hombre, acomplejado, mediocre, vendepatria, triste y mísero, que ha llegado a asumir, como todos los tiranos, que ha sido puesto en este mundo para una misión redentora. Por eso, porque para superar sus completos, necesita crecerse, anda por el mundo como un mesías, cuando lo único que puede anunciar es el estiércol que ocupa su pobre mollera. Este pobre tipo, que podía poner un puesto de ocurrencia, se levanta un día y sin meditación ni medición, vende la parida que le sale al paso, como el impuesto revolucionario de la banca. ¿No suena bien el invento? ¡Un impuesto revolucionario a la banca, para arrebatarle 20 millones de euros! ¿Quién no aplaude, quien no sonríe ante la posibilidad de que a los bancos se le reduzco un buen pellizco de lo que nos sacan por cada suspiro? Si después nos asegura que ese dinero lo va a invertir en políticas para los jóvenes, pues la sonrisa se nos agranda, porque es como arrebatarle el dinero a los narcos para montar clínicas de desintoxicación.

A la hora de la verdad, todo es un invento montado sobre las espaldas de otro invento, porque a Ibarra le importa un comino la gran banca, los impuestos revolucionarios a la gran banca, los jóvenes y las políticas de juventud. ¿Tiene mucho mérito jugar con el hambre del hambriento? El que tiene mérito es el hambriento que, a pesar del hambre, sigue teniendo fe en un mastuerzo que lleva 23 años enganándolo con los dados trucados de su inmoralidad política.

Fuera de Extremadura ya se le ha visto el plumero a este geta solemne ademán y ese es un buen paso para que se le empiece a conocer dentro, a pesar de la mansedumbre y el entreguismo de algunos medios de comunicación que, por dinero, por miedo y por inopia, siguen haciéndole el juego al gran trilero de la política extremeña. Luego, el día que caiga, ya lo verán ustedes, caerán sobre sus restos para ensanchar la herida, pero mientras tanto, ahí están, sentados a la gran mesa para, como garrapatas en oreja de perro, seguir chupando. ¡Pobre extremeño el que pretenda informarse con cierta prensa! La ignominia de Ibarra, a pesar de todo, tiene más altura que la de muchos de los bufones que dirigen el cotarro de la comunicación en Extremadura. Bufones tristes y apolillados que, cuando vengan mal dadas, cogerán sus cuatro cuartos y saldrán corriendo, después de haber hundido la nave, por cierto muy digna, que en mala hora pusieron en sus manos.

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